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En nuestra visita a la catarata de El Cóndac nos encontramos con especímenes de este magnífico árbol de la balsa, cuyo algodón sirvió en antaño como relleno de los colchones de nuestros abuelos.

La balsa pertenece al exclusivo grupo de los árboles de más rápido crecimiento en todo el mundo, y prácticamente solo necesita de aire, humedad y mucho, mucho sol para desarrollarse.

La balsa es un árbol que puede alcanzar entre 20 y 30 m de altura, con un tronco recto que fácilmente puede alcanzar el 1 m de diámetro, si se encuentra en condiciones muy favorables de clima y suelo.

Su copa es amplia y está formada por gruesas ramas y muchas hojas acorazonadas, las cuales pueden llegar a medir 30 cm cuando el árbol está joven.

Sus flores son grandes campanas solitarias de más o menos 20 cm de largo y de color crema atrayentes de murciélagos, de ahí que se abran de noche y liberen un delicado perfume atrayente de estos eficientes polinizadores, aunque durante el día son visitadas por abejas.

Los frutos son cápsulas semileñosas de hasta 25 cm de largo, de color café oscuro con crestas a todo lo largo y formados por 5 valvas. Al madurar se abren en la unión de las valvas y liberar sus aproximadamente 600 semillas de unos 3 mm de largo y de color café claro, envueltas en un denso algodón, que les permite ser transportadas por el viento a grandes distancias, lo que facilita la tan eficiente colonización de espacios.

El algodón que cubre las semillas de la balsa, es ampliamente utilizado en la industria, como materia prima en la elaboración de aislantes, rellenos de almohadas, colchones, muebles y bolsas de dormir, entre otros.

 

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