Desde el canto de mi infancia…
Yo nací en la provincia de Huacaybamba, a orillas del río Marañón, departamento de Huánuco, donde se cantan q'achwuas, una de las formas del huayno huanuqueño, mulizas, yaravíes y legendarios harawis.
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Desde niña también me familiaricé con los pasacalles y los chimayches, música de la zona de las Cordilleras Blanca y Negra.
Huacaybamba es la noble y leal provincia de Huánuco. En la escuela, los profesores enseñaban a cantar yaravíes y cantaban mucho. Mi madre, Luzmila Bardales Flores, era una de las maestras del jardín de la infancia y cantábamos bastante cuando aún no podíamos pronunciar bien las palabras. Luego, vino la primaria, y el salón de la profesora Aquilina Pardavé, de quien aprendí lindas canciones. Recuerdo el último día que asistí a mi escuela, antes de partir a Lima, ella propició un momento, al final de clases, en un lugarcito del salón para despedirnos, se redujo a mi pequeña estatura, de niña de 7 años, me abrazó fuertemente y con ternura me dijo que vaya a donde vaya, siempre quiera a nuestra Huacaybamba; que nunca me olvide de todos. Después, con el rostro muy firme advirtió ciertos mensajes que yo terminé de comprender años más tarde, aquí en la gran Lima.
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En casa, con mi padre, aprendí algunas estrofas de los yaravíes: “La colina”, “Paloma blanca”, Huamán Ripita (una adaptación de “Gentil Gaviota”) y “La flor del café”, que lo escuché cantar a la tía Rosa Torres, una tarde en casa; ella es de Celendín. Por ello puedo asegurar que los padres y los maestros, pueden guiar las preferencias musicales de los niños, como fue mi caso y el de mis hermanos que también son músicos.
Desde los 8 años, ya en Lima, las advertencias de mis dos hermanos mayores, fueron mis mejores armas para salir airosa de cualquier mal gusto o mala experiencia de niña migrante.
Aunque extrañaba mi primera escuela donde se cantaba más, y añoraba a mi pueblo, con sus cerros color turquesa, su río Marañón, buscaba disfrutar de mi nueva vida; pero, algo que no podía cambiar es que extrañaba muchísimo a mis padres y hermanos menores a quienes empezaba a ver una vez al año. La espera era tan larga y tan corto el verano, largas también las despedidas como los viajes que ellos hacían. Y aunque siempre escuché a los adultos decir que se viene a Lima a estudiar por nuestro bien, confieso que el tiempo le ha robado algo muy caro a mi niñez, los años que nos faltaron vivir juntos a mis padres, mi abuelita y mis niños hermanos, porque los adultos lo soportan todo tras sus objetivos, pero los niños…
¡Y llegó una guitarra a la casa! la trajo Edgar, el hermano mayor; fue una emoción oírlo tocar, y era emocionante acercarme a ella, solo cuando se iban a jugar futbol, Jamás pensé aprender acompañar mi canto; solo quería, hacer un simple acorde. Mi hermano Alem descubrió una tarde mi secreto y se propuso enseñarme cada acorde o arpegio que él acababa de aprender. Ya nuestra casa era más alegre, ahora, había música, y nuestra abuelita, quien nos cuidaba, también lo disfrutaba.
En la etapa preuniversitaria, conozco a Mónica Cuadra, a quien oí tocar charango y cantar dulcemente. Fue emocionante encontrar a alguien con mi pasión, y dama como yo. Ese día nació mi dúo: “Wayra”, viento, en castellano. En 1992, integré “Piedra y camino”, agrupación de música peruana y latinoamericana cuya labor era caracterizada por sus exigencias vocales tuve la oportunidad de aprender mucho de ellos.
: Dolly Príncipe
Es hermoso valorar lo nuestro, hermosas melodías y la voz suave y dulce, de nuestra querida Dolly Príncipe. Gracias por tu hermosa música