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El Ángel y la Niña Buena

By 20 de enero de 2014Narrativa3 min read

Cierto día, cuando Bremilda y Mateo se encontraban jugando en una soleada  pampita de las tantas que hay a orillas del río Chotano, apareció una pobre anciana, pero tan pobre y vieja que parecía una reseca hojita resquebrajada de tanto arrastrarse por el pedregoso camino que parecía sin destino.  Llevaba en su corva espalda un abultado quipe de leña para avivar el mortecino fuego de su vida que ya se extinguía. Al ver la anciana a los niños, suplicante les dijo: ¡Por favor taititos, me pueden dar una manito? Pero los niños pusieron mil pretextos y continuaron jugando sin hacer caso a la vieja.

La anciana entristecida prosiguió lentamente su camino hasta que en un fresco recodo, bajo la sombra de unos sauces, se encontró con Altagracia, una niña muy tierna, quien al verla dejó de cantar, detuvo su alegre paso y se acercó lentamente hasta ella y le dijo con diligencia: ¡Buenos días mamita! ¿La puedo ayudar en algo? La anciana alzó su mirada y un Sol brilló entre las cascadas de sudor que discurrían por su rugosa frente cobriza hasta los cristalinos manantiales de sus ojos pardos. ¡Gracias niñita! ¡Que Dios te lo pague! Y diciendo esto la anciana depositó todos sus pesares y afanes en la espalda de Altagracia asegurándolos con su bayeta azul cual viejo cielo raído por huracanes.

Ambas continuaron conversando por el sinuoso camino compartiendo conocimientos y experiencias, envueltas en el perfume curativo de las yerbas, aspirando la fragancia de las flores, eran dos obreras en el zumbante afán de la  vida meliflua que se esconde. Habiendo llegado a Yuracyacu la anciana exclamó: ¡Aquishito es mi chocita! y dando la vuelta a un calizo cerrito, señaló unos verdes matorrales bajo los cuales nacía un alegre y cristalino riachuelo. ¡Gracias mi niña!, le dijo y como si no quisiera que los vientos la escuchen, le susurró al oído: Mañana temprano, cuando el Wayrak se incendie con la aurora mirarás al cielo, entonces será Dios quien te lo pague, y se despidió de la niña sin antes darle un cálido beso en la frente.

Cuando Altagracia ya retornaba por el camino recordó que en su bolsita tejida con ríos y bordada con paisajes había guardado unos tibios panes y regresó corriendo hasta el lugar donde vivía la anciana para entregárselos, pero ella ya no estaba, misteriosamente se había desvanecido como lo hace la niebla después de beber en la quebrada y se alza al cielo cual trinos de plumajes espectrales.

Al día siguiente, cuando Altagracia hacía su recorrido habitual se encontró con sus amigos Bremilda y Mateo quienes al verla se quedaron pasmados y boquiabiertos, dejando expuesta la oscuridad de sus almas, pues en la frente de Altagracia, justo donde la había besado “la vieja”, brillaba una hermosa y titilante estrella.

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