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El Chorro

By 3 de abril de 2011Narrativa2 min read

¡Qué encanto el del chorro de la esquina de mi casa! Es más potente que los otros cinco chorros del pueblo, y hasta su agua parece más pura. Se parece a la vida de los hombres buenos que discurre cristalina e incesante -incansable- venciendo todos los obstáculos que se interpongan en su camino.

En la noche, los chicos, a la luz clarísima de la luna de junio, queremos detener el chorro con las manos, y una lluvia de estrellas de cristal se escapa saltando por entre los dedos como queriendo unirse a las que vemos fijas en el negro firmamento serrano.

En los días de sol esplendoroso, metidas las manos en su fresca columna de cristal, también tratamos de detener su inexorable discurrir igual que los viejos quisieran detener el fluir de sus vidas. Y maravillados vemos cómo, quebrado en mil gotas de rocío, se convierte en bellísimo arco iris  artificial, tan cerca de nosotros.

Su celeste armonía invade todo y a todos los corazones, día y noche, hasta una distancia de cien metros.

Su permanente ronquido es otro cantar. Cuando secan el chorro de la esquina -quien sabe por qué- ¡qué silencio y tristeza siente el alma con su muda ausencia!

El es la vida del pueblo. Cuántas veces han lavado su cansancio en él los campesinos que vienen de las más lejanas campiñas. A él acuden presurosas las ágiles mujeres con su baldes y sus cántaros.

El es la luz tangible que viene del seno de la tierra; es la vida del pueblo; es la misma luz de la luna concentrada que busca convertirse en amor y esperanza eternos.

: César Gilberto Saldaña Fernández

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