(foto: Vive Cultura, desde Otuzco, capital de la fe, viviendo una fiesta de cultura)
Tomando la invitación de nuestro nuevo amigo Iván Guzmán Carranza, exconsejero regional de La Libertad por la provincia de Otuzco, de su esposa Margarita, así como de sus familiares (Susana,Humberto, Manuel, Claudia, entre otros), el jueves por la tarde vuelvo a estar en la marianísima tierra capital de la Fe, para vivenciar esta vez las actividades por Semana Santa; no habiendo imaginado la celebración de un Vía Crucis, la mañana siguiente, con tal despliegue e involucramiento semejante de la población e institución de esta representativa provincia de la sierra liberteña.
Por esas cosas de la vida, volví a quedarme sin cámara fotográfica, de manera que voy a utilizar para este artículo las vívidas imágenes oficiales de la Municipalidad Provincial de Otuzco y del interesantísimo blog Vive Cultura desde Otuzco, con esta expresa mención de los derechos respectivos.
La casa de don Iván es una casa tradicional y grande de tres plantas, donde literalmente el corazón es aún más grande que la casa, pues estar en ella y participar del desayuno de doña Margarita es trasladarnos al Macondo de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Los comensales, que somos muchísimos -incluyendo el íntegro de profesores compañeros de una otuzcana Meme Buendía, venidos desde Lima-, vamos desfilando por la mesa conforme nos despertamos, dejando las expectativas, las bromas y las anécdotas en la bitácora del humeante pan, de los serranos huevos y del queso del destino.
Con Humberto y Manuel madrugamos a la radio, diez minutos antes de la seis, para una segunda incursión, en el caso mío, en la amplitud modulada otuzcana; cuando nos comunican que un rayo ha quemado la antena en la tarde previa. Un poco desazonados, volvemos a casa observando, no obstante, los musgos que ornamentan de manera natural y genuina no sólo los tejados sino casi en su totalidad la red de alambrado eléctrico de los dos mil seiscientos treinta y cinco metros de altura que ostenta Otuzco.
A media mañana, en las calles se habla en forma creciente del Vía Crucis que ya avanza por la parte alta de la ciudad, camino de la plaza de armas y su inminente ingreso de ramos por el arco ubicado en la entrada de la calle Libertad o esquina de la Iglesia Vieja. Hasta ese arco nos subimos con Manuel y Claudia, y desde allí podemos observar con privilegio el apoteósico ingreso de Cristo (Emilio Benavente) en su burrito al Jerusalén otuzcano, con una vibración emocionante.
Es el momento de los artistas estelares.
En la esquina de Grau y Progreso, se desarrolla la última cena, ante la gigantografía instalada con la imagen de un comedor tradicional. Cristo parte el pan y Judas Iscariote (Gerardo Zamora) corre la calle hasta la Casa de Caifás (la Iglesia Vieja), atravesando por entre guardias y sacerdotes. Luego de la cena, Cristo guía a sus discípulos al Huerto de Getsemaní (ubicado en uno de los jardines de la plaza en la misma calle Progreso).
Hasta allí llegan los guardias y Judas traiciona, besa y entrega a Cristo, para nuevamente salir huyendo.
Los guardias llevan al aprehendido hacia Caifás, donde los gestos del internacional Reinaldo Arenas acentúan la arquitectura de la Iglesia Vieja y su voz retumba en los altoparlantes de la plaza con un “¡Habla, miserable, por qué te haces pasar por Hijo de Dios!”.
Los guardias llevan entonces al autodenominado Hijo del Hombre a presencia de Pilato, cuya casa llena de soldados no es sino la Iglesia principal de Otuzco.
De allí es derivado al Palacio de Herodes (Municipio de Otuzco), donde Raúl Beryon recrea al libertino emperador al mismo estilo de Ustinov (Nerón en “Quo Vadis”), divirtiéndose con Cristo antes de devolverlo con Pilato.
En ese momento ya estamos a ras de piso y los muchísimos paraguas convertidos en parasol nos impiden toda visión de esta última parte del juicio,
Caifás (Reinaldo Arenas) exigiendo siempre la máxima pena para Cristo
por lo que decidimos apartarnos de los modernos judíos y adelantarnos hacia el Gólgota, que se vislumbra en la falda de la imponente cumbre del Chologday, cerro tutor que se aprecia por sobre el palacio de Herodes.
De medio camino se tienen que volver a casa Manuel y Claudia, mientras yo continúo con la marcha hacia el sitio de la crucifixión, lugar desde donde calculo que el Vía Crucis tomará aún su tiempo para llegar, y teniendo ante mí el reto de la cumbre, tres o cuatro veces más alta, decido mientras tanto escalar a ella.
Con una visión cercana de la ciudad, en la cima del Chologday otuzcano me siento como en el trono de nuestro Shingueray akunta, luego de haber alternado con grupos de jóvenes, básicamente costeños, que imponiéndose a su asfixiante escalada fueron aquilatando el aire puro de la montaña, mientras yo convertía la experiencia en un reencuentro con el Apu. Ayudo a fotografiar a un padre junto con su niña, así como a otros tres niños, adosados a la Cruz Blanca, y escucho las palabras enamoradas de una pareja que en la cúspide, retomando el aire, se renueva amor eterno. Telefoneo a Manuel para que me haga una toma desde la ciudad con el cañón de su canon, sin saber que ha tenido dificultades y ha apagado el celular. Entonces dejo mi tiempo, como en la atalaya de Querorco, al zénit límpido y a los lejanos truenos de incógnitas cordilleras que amenazan la tarde… y me preocupo al observar la poca presencia de árboles en torno a la creciente ciudad. Elevo los brazos y me aprovisiono de aire puro, y, finalmente, dando la espalda a la ciudad, veo otra cumbre mucho mayor al Chologday, que se eleva hacia las nubes, reservándome las ganas de ir hacia ella en un mañana con los Montaña.
No hay foto en esta oportunidad, por lo que atesoro la vivencia, cuando una retahíla interminable de cohetes forma una nube espesa que de pronto nos separa del Gólgota. En la ciudad supe que ese había sido el momento de la expiración y la convocatoria de Cristo a la oscuridad y el desconcierto, que había aterrado tanto a los niños que no terminaron de entender el “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.
Con pena desciendo cuando todo ya está consumado… que se han llevado incluso hasta el cuerpo de Cristo. Por suerte quedaban nuevas versiones de maná en forma de chocho con cancha, de piñas, de intensísimos choclos, que seguían sirviendo de ayúnico almuerzo. Y quedaban también los últimos modernos hebreos, fariseos y pueblerinos romanos que iban dejando en el Gólgota de Otuzco un mar de residuos plásticos y de un nocivo tecnopor, ignorados en el texto bíblico.
(foto: Vive Cultura, desde Otuzco, capital de la fe, viviendo una fiesta de cultura)