Tenía yo cinco años cuando decidieron traerme a vivir a la ciudad de Chota. Había vivido con mamá en el campo, bajo la frescura de la naturaleza y la alegría de los pájaros. Empezaría mi educación primaría, me asustaba la idea por momentos, ya que me enfrentaría a un mundo desconocido. Los tres primeros meses que pasaron fueron muy difíciles para mí, porque tuve que adaptarme a cosas nuevas, como: la bulla de los carros, motos, veredas, pistas y conjuntos de casas.
En el mes de junio se empezó a escuchar la llegada de la fiesta, mamá decía que era la fiesta de San Juan Bautista, el Santo Patrono de este lugar. La gente empezó a llegar a pie, a lomo de bestias (caballo, yegua, asno…), en autos, ómnibus (como “Ángel Divino”, “Burga Express”), camiones, entre otros. En casa escuché que llegaría mi padrino, la emoción me embargó. ¡Que alegría volverlo a ver! ¿Qué traerá de regalos? ¡Quizá la muñeca que siempre quise tener!
Mi padrino llegó en la madrugada del siguiente día y todos, lo recibimos alegres con una gran comida. Él era un hombre alto, de tez morena, con bigote y con la cabeza calva pasada por los años. Mostraba un buen porte, una elocuente voz y con su pisada fuerte, era capaz de estremecer a uno. Empezó a repartir uno a uno los regalos que había traído y… ¡oh! había adivinado, pues me trajo esa linda muñeca que tanto yo quería. Mientras jugaba escuché que mi padrino era un aficionado a los toros, me alegró saber que le gustaban esos animalitos, porque yo también había vivido con muchos de ellos en mi campo, aunque mucha gente les tiene miedo yo solía hasta jugar con ellos.
Al mediodía llegaron unos hombres muy animosos a buscar a mi padrino para que viera los toros que llegaban a la fiesta. Le pedí que me llevara con él y accedió. Estaba yo muy entusiasmada; le pregunté: “¡Padrino! ¡Padrino! ¿Y que hacen con esos toritos?”. Mi padrino no supo que contestar, pero luego de mostrar una ligera sonrisa respondió: “¡Sólo jugar pequeñita!”.
Llegamos a ver los toros recién llegados, iban bajando uno a uno y les colocaban en unos corralones, me acerqué lentamente a mirar y pude verlos de cerca; eran muy enormes y de diversos colores como: negro, cenizo, blanco con negro, amarillo oscuro; los conté y en total eran dieciocho. Vi a uno de ellos; él era muy hermoso, de ojos pardos, era especial, su mirada era dulce y en lugar de causar temor invitaba a acercarse y acariciarlo.
Regresamos a casa y le conté a mamá lo sucedido le pedí que me volviera a llevar en la tarde, mamá me dijo que si me portaba bien me llevaría y así fue. Por la tarde, como lo planeamos, fuimos a ver al torito cuya mirada me había conquistado. Mamá sintió que no era peligroso y me dejó acercarme a él. Ella sabía cuanto amaba yo a los animales, se quedó a una distancia con la finalidad de avisarme, la llegada del cuidador. Me acerqué a él y empezamos a conversar, éste era muy especial, me preguntó si podríamos ser amigos y le dije que sí, me inspiró tanta confianza que le empecé a contar mis temores, mis tristezas, mis alegrías… me acerqué más y pude ver unos moretones y heridas en él. Me asusté y le pregunté, qué le había pasado. Respondióme presuroso, que él también me contaría sobre su vida y empezó: Había vivido en una villa de nombre Paiján desde que nació, con sus padres y hermanos. Contentos y disfrutando de la naturaleza de ese lugar, con abundantes pájaros, hermosas plantas y árboles que encantaban el lugar. Hasta que un día unos hombres le cazaron de su villa, le metieron en un camión con varios toros, apretados, sin ningún tipo de comida ni bebida; intentaron escapar dándole de cabezazos al camión, pero no pudieron y se preguntaban: ¿A dónde nos llevan? Se miraban… y no podían resolver esa interrogante.
Al tercer día, al fin, pudieron ver la luz, escucharon que habían llegado a los corrales de la plaza de toros “EL VIZCAÍNO” de Chota. De pronto, el torito de ojos pardos, detiene su relato y me pregunta: ¿Sabes tú para que nos han traído?
Yo sonreí y le dije: “Dice mi padrino que sólo jugarán con ustedes. No te preocupes”.
El, con tristeza me dijo: “Eso espero, aunque te contaré que desde que hemos llegado nos han tratado mal, nos han golpeado, nos han dado de beber una sustancia rara y aún me siento mareado, tengo miedo de esos humanos”.
Sentí una enorme tristeza, lo abracé y le dije que no le iba a pasar nada y hasta le puse un nombre, le llamé “COLORADO” por su lindo pelaje, sus cachos negros y su cola larga. Escuché que el cuidador llegó y me tuve que despedir de mi amigo rápidamente y regresamos a casa con mamá, luego salimos a disfrutar de los coloridos fuegos artificiales, como: bombardas, castillos, cohetes, que dejaban en el cielo ráfagas luminosas de colores.
El veintitrés y veinticuatro fueron días calurosos, el sol brillaba con todo su esplendor, bajamos toda la familia a “Sanjuanpampa”, así se denomina por ser una gran pampa y por estar entre el río Chotano y el colegio nacional “San Juan”. Allí vi muchas cosas hermosas: el Reinado campesino, Bandas típicas de diferentes comunidades, con distintos instrumentos y coloridas vestimentas. Comidas típicas, como el cuy con papas, chupe verde, chochoca, quesillo con miel y chicha de jora, que son propias del lugar. También adornaba esta festividad la algarabía de los maichilejos, que son personas disfrazadas y van danzando delante del Santo Patrono, irradiando su alegría.
Había mucha gente del campo y la ciudad, lo pasé muy bonito; pero me sentí muy extraña, porque nunca había estado entre tanta muchedumbre, temía perderme y me cogía muy fuerte de la mano de mamá. Mi padrino comentaba que los siguientes días serian días de “Corrida de Toros”, entonces me imaginé que sería el juego que mi padrino me contó.
Llegó el día veinticinco, mi padrino andaba muy contento, decía que era el primer día de corrida y había traído entradas para todos en primera fila. No dejaba de hablar de los toreros, de los toros y lo buena que iba a estar la corrida, según él.
Llegamos a la plaza de toros “El Vizcaíno”. Era un lugar enorme y había muchísima gente alrededor, todos con sus mejores trajes y muy coloridos. La banda de músicos aperturó la gran tarde, con un hermoso pasodoble. Unos hombres abrieron la puerta del ruedo y luego llamaron al primer toro, la gente se quedó mirando con algarabía y gritaban: ¡Que salga el primer toro! ¡Que salga!
En eso mi sorpresa fue grande: salió al ruedo un hermoso y joven torito. Pero, ¡Qué veo! ¡Es mi amigo “Colorado”! Muy temeroso al principio, y luego empezó a correr en el ruedo, corría y corría; creo que se asustó por la cantidad de gente que había en toda la vuelta de la plaza, quiso volver al corral, pero ya era demasiado tarde, pues, ya habían cerrado la puerta.
Luego salió el torero al ruedo, con su vestido de lentejuelas, muy brillante como el sol. Le incita a “Colorado” con su capa roja, el novillo tiene miedo. Como pensó que era un juego y que jugando podría salir se entusiasma y va con fuerza. Vuelve a repetir el torero y él vuelve a jugar. El torero no dejaba de correrlo con su capa, pero “Colorado” está ya intranquilo, ya no le está gustando el juego, no hace caso y sólo piensa en salir.
En eso entra al ruedo el picador y su caballo. “Colorado” se acerca al caballo inocentemente, y el picador tira su lanza sobre su lomo y lo deja un momento lastimándolo. Yo grité: ¡No! ¡No hagan eso! ¡Este juego no me está gustando! Mi padrino bruscamente me hizo callar y una pena embargó mi alma. No podía creer lo que estaba pasando: ¡No quiero que le hagan daño a mi amigo el torito “Colorado”! En eso observé que el torito cruzó unas palabras con el caballo, le pidió ayuda para escapar, pero el caballo le contestó, que él también estaba asustado; por eso es que le tapaban los ojos y que no podía hacer nada. Finalizó diciendo: “¡Que Dios te proteja de bárbaros como éstos!”.
El picador salió dándole dos picaduras profundas y dolorosas. Su sangre salía haciendo burbujas, sentía mucho dolor. ¡Qué desconcierto! y …¿ahora qué sigue?
Mi amigo el torito “Colorado” levantó la cabeza y en su mirada pedía compasión y nadie le entendía en su lenguaje, él miraba a gordos, a flacos, a jóvenes, a viejos, a niños, de clase media y a millonarios. En eso pasó su mirada por donde yo estaba, me miró sorprendido pidiéndome ayuda. Yo quería bajar a ayudarle, pero mi padrino ya me había cogido fuertemente.
El torero, por cierto, salió a molestarle de nuevo y de pronto dio pase a los banderilleros, quienes no se apiadaban de su dolor y le clavaron unos palos con adornos y de diversos colores; acompañados de unos clavos muy puntiagudos los que en cada movimiento que hacía “Colorado” le causaban más y más dolor. Yo ya no podía más con esa escena tan cruel. ¡Lastimarle a ese inocente animalito! ¡Qué maldad! Algo me hacía presentir lo peor, le pregunté a mi padrino: “¿Y qué pasará después?”. Él me dijo: “Lo matarán pequeña, ese es su destino”. Un grito agudo se escuchó salir de mi garganta y dije: “¡No, no dejaré que maten a mi amigo! ¡Déjame! ¡Bajaré a impedir ese asesinato!”. Mi padrino no supo qué decir y sólo me dijo que me callara y me cogió con más fuerza. En eso se escuchaba decir a la gente: “¡Le cortarán la oreja, o las dos! y el rabo, ¿Por qué no?”. La gente se levantó. “Colorado” levantó la cabeza y vio que pedían su vida ¡Qué dolor! ¡Se dio cuenta rápidamente que está solo, muy solo!
“Colorado” entonces entendió que ese ruedo era su funeral. Cansado, adolorido, sintió su alma desfallecer y muy triste por aquel salvajismo, empezó a decir: ¿Si Dios da la vida, por qué el hombre la quita?
El torero le volvió a incitar llamándole a su juego con su capa roja, pero esta vez, trajo una espada escondida debajo de la tela, le hizo correr unas cuantas veces más y luego consiguió que se agache y le pinchó con su espada, pero chocó con uno de sus huesos y no entró la espada; intentó otra vez y lo único que consiguió es hacerle otra herida… la tercera lo hundió a la mitad, y en la cuarta el moribundo se humilló y dejó que de nuevo le introduzca la espada, esta vez le pasó por el pulmón produciéndole una hemorragia interna, y empezó a botar sangre por la nariz y boca. “Colorado” se recostó en el piso, en la arena, donde quedaron las huellas de sus pasos.
No contentos con esto le mandaron acuchillar para matarlo de una sola vez, pero el encargado era un tremendo inútil, no le dio a la primera, ni a la segunda, sólo a la quinta vez. El torito no estaba muerto, no reaccionaba, estaba inmóvil pero aún vivía y lloraba de dolor, la gente no veía las lágrimas, ellos sólo aplaudían a los asesinos. Yo no dejaba de llorar, sentía mucho dolor. En eso, una voz me despertó: ¡Hijita, hijita ven a desayunar! ¡Oh! Sólo fue un sueño, un sueño muy trágico y horroroso, pero mis lágrimas eran muy reales y el dolor también. Fue un sueño, un sueño que nunca olvidaré.
Y ahora a mis trece años, al llegar la fiesta de San Juan, parte de mí se estremece al recordar ese sueño y pienso ¿Cuántos Colorados más serán sacrificados en honor a la fiesta de San Juan?
* Cuento creado por Antonia (seudónimo utilizado por María José Moreto Muñoz, de 13 años de edad, para efectos del PRIMER CONCURSO “ACHKIY”, organizado por Hidrandina a nivel Región Norte en Octubre de 2008) con el que representando a su colegio “Santa Rafaela María” y a Chota ganó el meritorísimo Segundo Lugar.
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