Vestida de oscuro plumaje ululó la noche
la niebla pasó silente con vuelo de lechuza
en la loma se apretujaban de frío los queñuales
y en la pampa tiritaban los tréboles y las piedras.
A lo lejos los perros ladraban y aullaban dando alerta
¿Acaso el Mog-mog, la muerte que azota o la Wicapa?
¡No! ¡De seguro otra vez los malditos abigeos infernales!
Se dijeron los ronderos chacchando mística la coca.
¡Es en la choza del Venshe! y rapidito acudieron
cual furioso llonque que baja cauterizando la garganta
su valentía abrevó un poco más en la quebrada
sus corazones a trote en la subida de recuerdos.
Atrás dejaron sus avemarías y cholitos aguaitando
y ya estaban llegando aquishito nomás a la explanada
trasminando su ser olor de yerba y tierra cultivada
y se apostaron sigilosos en la pirca como cactus.
Las groseras sombras pasaban la montaña y golpeaban
los niños lloraban temerosos, la mujer imploraba de rodillas
¡Bam! advirtió el viejo máuser contra nada
y contestó certera como eco la metralla.
¡Eran “Águilas Negras” en represión inmotivada!
Los ronderos cayeron al otro lado del monte,
en el puquial de sus ojos también murió el cielo
acribillado por ráfagas de aerolitos y estrellas.