Vívidamente recuerdo cuando te llamaba, y tú, aún muy niña, corrías hacia mí con esa alegría desbordante; y luego cuando te decía “vamos a la calle”, huías inmediatamente a refugiarte bajo tu cama. Allí, escondida, tu rostro resplandeciente hacía honor a tu nombre: Blanca.
Mas, llegado el momento, tuviste que partir de casa, como antes ya lo habían hecho dos de tus hermanos y hermana. Ellos hasta ahora no volvieron, y sólo sabemos que terminaron en Lima convertidos en expertos policías en rescate. Y ella, la de la faz canela, se fue también sin vuelta por extraños lares.
Empero, pronto llegaría tu jubilosa adolescencia, y con ella tus visitas de vuelta a casa cada vez más acostumbradas, repartiendo los núbiles y gráciles aires de tu deslumbrante y doncel estampa. Te volviste coqueta sin ser coqueta. Pues sólo bastaba tu resuelto y airoso paso para despertar la admiración de tantos galanes que por calles y plazas por ti suspiraban y suspiraban.
Y aquel octubre, cuánto celebramos nosotros que, sin preámbulos ni protocolos, atravesaras el “Arco-Elefante” –allá en el Bosque de piedras–, adelantando a Rojo, Martín, Elmer y Domingo, convirtiéndote como en su momento cada uno de nosotros en nueva Caminante, en nueva Montaña. Aún creo guiar los inseguros pasos de tus níveos piecesitos, sorteando las erosionadas y filosas piedras calizas de Chucumaca; y una vez alcanzada la pampa, saltando y victoriosa, cuánto me llenaste de besos y abrazos.
Fue una caminata larga, que en tu casa, muy preocupados, hasta dieron aviso en la tele y una jugosa recompensa por quien supiera de tu paradero. Pero esa misma noche, de tan cansada, y hallándote ellos como si nada en tu cama, ya no te despertaron, ni ganas tuviste tú ya de cenar nada.
Eras hermosa, muy elegante y fina. En Chim-Chim Alto, cual Remedios “la Bella”, enloqueciste a un lugareño, quien nos desafió con raptarte, siendo necesarios tres, junto con Germán y Atilano, para intimidarle y hacerle desistir de tan insensata amenaza.
En Sivingán, mientras sembrábamos e injertábamos manzanas, hiciste de aquel estanque retozo de dicha a tus anchas.
¡Cómo te gustaba el agua!
Y aquella mañana, que a una cuadra de tu casa, listos y a salvo creíamos esperar a Hercres, tu vecino, para partir hacia Yuracyacu, junto con Manuel y Elmer; y de pronto nos sorprende el “Chino”, el dueño del restaurant donde vivías, quien llamándote muy severo hizo que fueras tras él con la cabeza gacha. Te alejaste muy triste, mirándonos de reojo, y nos quedamos más tristes porque supimos que sin tu compañía de pronto se nos arruinaba el día. Mas, a los cinco minutos, él y tú volvieron por la misma vía, y, muy habilidosa, tú te fuiste retrasando y retrasando hasta que él, pasándose de largo, desapareció pronto entre las mototaxis ruidosas. Nuevamente libres, y rebosante tu alegría, nos escapamos los cinco, presurosos, hasta llegar al lugar de las Cuatro palmeras –palmeras de la misma especie que las de nuestra plaza (Phoenix canariensis), dispuestas en gigantesco florero, y de las que aprovechamos para obtener algunas semillas–, ubicadas en un recodo del curso medio de nuestro río Chotano, allí donde aún no llega la contaminación citadina. Río y río, nos demostraste tus innatas habilidades de ágil nadadora, que yo conocía muy bien desde aquel día en que aún infante caíste al río Doñana, y con mi hermano, muy asustados, corrimos a rescatarte, pero para nuestra gratísima sorpresa, tú braceabas feliz en las furiosas aguas.
Eras una campeona, el orgullo de los primeros “montaña” y la admiración de las nuevas “montaña”. Vi los ojos de Maggi agrandarse más esa tarde que te conoció, luego de haberte visto en las fotos, y Oli, cómo te abrazó y te besó, así como es ella de cariñosa, y hasta aseveró, muy convencida, que aún para este mundo eras “demasiado cosa”.
Y la tarde que fuimos al cauce del Colpamayo a colectar los primeros cien plantones de aliso para nuestro “Vivero Montaña”, yo me divertía incitándote a que pases y repases delante de Manuel, salpicándole el agua; y Jorge Luis no olvida el beso que le diste –jura él, apasionado– delante de Mela, su esposa. Eras una adorable sinvergüenza y a veces fresca y descarada… y la niña más juguetona una vez en el agua; y por el agua volviste mientras nosotros lo hicimos por el camino. Y jugabas y jugabas como diciéndonos:“¡Vengan! ¡Diviértanse! ¡Hagan lo mismo!” Pero ya era algo tarde y aún nos quedaba repicar los alisos para cumplir la jornada.
Y eras una confianzuda. Cuando juntos íbamos a repartir las esquelas, pues ni bien abrían la puerta de la casa que yo tocaba, te metías hasta en la cocina muy despreocupada. Así, te solazaste a tu antojo en la “La Cabaña” de Temi –nuestra sede “Montaña”–; en casa de María José y María; en la de Manuel; en el taller de Rojo; en casa de Germán y Noé; en la de Jorge Luis y Mela; en el cuarto de Hercres y Nelly; en el de Elmer y Miriam; en la radio de Lulú; en la casa de Atilano; de Martha y Yampier; de Exequiel; de Ángel Salvador; de Littman y Deysi; en la de Antenor, recién lustrada; en el restaurant de Doris; en casa de Juana Nelly y en la de los demás “montaña”. Todo Chota admiraba tu garbo y balanceo, yo me ufanaba de tenerte sin ya tenerte, y siempre nos dábamos maña para que quedaras en tu alcoba como siempre sin que nadie en tu casa lo notara.
Y, ahora, ya no olvido esa última tarde que, en la discotienda de Dilbe –donde acostumbro a adquirir lo último en huaynos chotanos–, cansada de tanto esperarme te fuiste cruzando la plaza y no volví a saber de ti más nada… hasta hace tres días, en que mi hermano Carlos me dijo, sin menoscabo, que habías muerto… Por supuesto no quise hacerle caso, tomando aquello como una banal broma, cruel y sin sentido. Pero de inmediato pasé por tu casa para llamarte sigilosamente como tantas veces. No estabas. Fui entonces al mercado, el otro lugar donde usualmente te encontraba; y pasé como cualquier mañana, que iba por mis tortas y semitas, con la mirada alta, pero a paso esta vez más lento y ansiando como nunca que volvieras a posar suavemente en mi mano izquierda esa tu naricita fría y mojada, y así, bajando mi mirada, descubrir una vez más tus ojos negros… tu carita alegre… y el eufórico menear de tu cola alborozada…
¡Ya nunca volverá a ser así!
La otra María, tu dueña, a quien tuvimos que decidir darte cuando aún eras cachorrita y a quien acompañabas cada día en dicho lugar, me confirmó que nada pudieron hacer por librarte del veneno de aquella aciaga medianoche que, por descuido, quedaste fuera de casa… Y yo no me explico cómo te convencieron esos agentes asesinos para que les recibieras la maligna ración, si cuántas veces, como aquella en Chucumaca, ni a nosotros nos recibiste esos crocantes chicharrones ni los humeantes tamales, y más bien como toda adolescente palangana volviste de aquella caminata con sólo tu régimen de agua. Dábamos por descontado y sabíamos con orgullo que sólo comías de la mano de tu dueño, el“Chino”, esposo de María.
No te vi, pero te imagino en los estertores de la muerte, así como siempre nos mostraron nuestras subdesarrolladas autoridades… tantos congéneres tuyos convulsionando y retorciéndose en nuestras calles convertidas en acequias de espumosa baba. Y temí –peor– que hubieras sido asesinada a golpes de palo, atada dentro de un costal, como se ha innovado en estos últimos tiempos, en el campo de lo que un día fuera nuestro parque infantil de Chota, hoy desterrado.
Un instante me abandona mi espíritu espartano y mi alma llora. Ares me aconseja ¡venganza!, pero al instante me sonríe Atenea, la sabia, pidiéndome ¡calma!
No le hiciste mal a nadie, hermosa labrador, y ese fue tu pecado: ser cariñosa. Te vi nacer, te vi partir, te vi volver tantas veces cruzando la ciudad para visitarnos y visitar a “Ílem”, tu madre, a “Hasting”, tu hermano campeón en Trujillo, y a “Shadow”, el viejo bóxer, con el que corcoveabas en el corral y hoy te llama y te llama.
Nunca fuiste realmente mía como posesión terrenal, pero en cambio cuánto nuestras almas se entendían.
Finalmente, te imagino, como siempre vencedora, con tu elegante nado, cruzando el Aqueronte, burlando la vieja barca del viejo y agotado Caronte… bebiendo irremisiblemente del Leteo, el río del olvido… y, en la entrada del Hades, camino del juicio, te veo “coquetearle” al mismísimo Cerbero, quien se rinde ante tu hermosura… al igual que tantos canes fieros que se abalanzaban sobre nosotros en Samangay, en Clarinorco, en Huayrac, en Querorco… y se apaciguaban luego al descubrir que no eras un invasor, sino una bella dama… y te convertías para ellos automáticamente en hembra codiciada.
¡Adiós, Blanquita! ¡Adiós, Blanca Montaña! Te encontraré para atravesar los floridos arverjales de agosto en nuestro Iroz milenario… tal vez convertida en lazarillo del mítico y ciego y errabundo aeda, Homero… y juguetear revolcándonos y corretear a placer, lanzando al viento tus orejas flameantes y el timón exultante de tu jubilosa cola… allá en los interminables prados de los Campos Elíseos de la Hélade, junto al mágico Olimpo del implacable Zeus y la sabia y guerrera Palas Atenea.
P.D.: ¡Alistaos, el Tártaro os espera criminales y abominables cobardes!
VOCABULARIO CHOT:
– Repicar: Colocar los plantones, como de aliso, en sus respectivas bolsitas para germinar.
– Torta. Variedad de pan chotano, sabor a sal, horneado a piso, es decir sin necesidad de lata, lo que le da su sabor crocante muy especial.
– Semita. Variedad de pan chotano, sabor a azúcar, horneado a piso, es decir sin necesidad de lata, lo que le da su sabor y contextura durarera muy especial.
– Chicharrones. Delicia chotana por excelencia, hecha con trozos de carne de cerdo fritos en su propio grasa.
– Tamales. Delicia chotana preparada con harina de maíz seco, mezclada con aceite y demás aderezos, rellena con trozos de carne de cerdo y envuelta con pancas de maíz u hojas de achira.
– Palangana. Dícese de la persona un tanto coqueta y vanidosa o de aquella que quiere ocultar sus orígenes.
– Corcovear. Dícese de los animales cuando se solazan o juguetean alegremente; se aplica por extensión a las personas.
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