He vuelto desde
el hondo valle de las piedras,
por senderos hostiles, bajo túneles oscuros,
azotados de angustia, mordido de dolor,
he vuelto.
Los relojes me acogen con gestos disímiles
mientras crecen flores rojas en los jardines del alba
y angelitos verdes vacían ánforas de luz.
Danzan raras imágenes en retablos dorados,
arde una música leve en un tubo de cristal
y a mi pecho afloran palomas lejanas
tras la curva anhelante de una espiga de amor.
De pronto
diez alazanes llegan triturando el momento
y se secan los labios y las lenguas se secan
y allá lejos se seca el arroyo también.
Un viento rojo sopla de un lado para otro,
el sol arde en la altura como una llamarada,
a nuestros pies que crepitan las ascuas de la arena
y en tumulto se mezclan roces de pieles duras,
maderas que se frotan, hojas y flores mustias,
fauces entreabiertas y rojos desmesurados.
La sed…
el rumor de una lluvia lejana y sorda
que nunca se avecina,
los espejos vacían sus cascadas,
las gentes se anuncian vestidas de agua,
las enfermeras fingen muñequitas de helado
y en la alberca de mi cuarto
el bote cama pliega sus velas y hace nido.
Me estiro en la ansiedad y en la desesperación,
aunque dos pétalos blancos dejan su rocío entre mis labios.
Agua, agua…
flor de nube que se escapa,
oleaje incansable de tan próximo,
torrente detenido, mar enjuto.
Agua,
agua para la arcilla reseca de mi cuerpo,
promesa de paisajes.
Y el agua que se niega,
agua profunda de los corazones
que calme la sed de la vida;
agua de humanidad, de comprensión, de amor,
para el hombre, raíz, pájaro o nube.
Se enarca mi grito
y nuevamente dos pétalos
blancos dejan su rocío entre mis labios.
«El Cantor de Chota»
(Fragmento del poema “Clínica y tercer día” que el autor ha dedicado al eminente cirujano Dr. Carlos Villarán).
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