Arriero que ligas el destino con reatas,
a puro casco, a puro paso llevando en tu alforja
los días en huevo, las mudas noticias
que nunca se mojan en tus declives de sudor.
Jamás a los lomos se junta el camino.
Jamás las distancias dejan su celeste.
Jamás habrá Elvias aguardando en un recodo…
Arriero que devuelves mis andares,
vienes, te agrandas, pasas, repasas el epicentro
de los besos que crecieron…
Pero tú que devoras los caminos:
¿No encuentras mi niñez entre tus trotes?
Cuando empezaba a silabear la lluvia sobre las tejas
¡Cómo te perdías: de neblina y de distancia,
de infinito y de aguacero!:
bandera o poncho,
o vela o turbina, embestías al kilómetro
y en tu risa desenvolvíanse las estoicas
serpentinas del camino. Arriero Hermano…
Creyendo encontrar el sol sin vestiduras
me levanté una mañana nocturna y tú ya volvías:
trayendo en tus bestias los gruesos bultos de la noche,
trasminando el camino a ingles del cansancio,
succionando con tu piara todo el aire del rocío.
¡Arriero, vuelve! ¡Vuelve para volver!
¡Pon el horizonte a mi alcance,
ese filo, esa redondez insaciable
que se alimenta de siluetas,
de ojos infantiles que ven acabar en su azul
el mundo…!
Pero ya mi sombra va cambiando al otro lado…
¡Y se alarga hasta el hocico de los engaños!
¡Y no te avisto…, ya te fuiste…! ¡Arriero!
¡Arriero, por favor… en tu alforja…!
¡En tu alforja olvidé mi infancia!
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