ENTREVISTAS Y CITAS SOBRE EL INCENDIO DE CHOTA
a. Entrevista al Señor Alejandro Castro Barrantes.
Hemos conocido al Sr. Castro Barrantes cuando era profesor del Colegio «San Juan» y también alcalde. Cuando lo entrevistamos (1984) nos relató:
«Recuerdo de mi mamá —María Rosario Barrantes Ríos—, me contó que los chilenos llegaron a Chota y arrasaron todo lo que encontraron a su paso, no respetaban ni a las mujeres y tenían orden de violarlas desde los siete años para arriba. Chota les cortó el agua, desvió el agua que iba a la población a la altura del ojo de agua. Los chilenos saquearon todo lo que encontraron, entraron al templo y barrieron con todos los milagros con que estaban adornadas las imágenes. Los chilenos en la iglesia «hicieron tiro al blanco» en los santos. Luego de ver que no había agua, los chilenos propusieron: «Nos dan agua o incendiamos Chota»; como los chotanos se negaron a darles agua, incendiaron la ciudad y los campos. Comenzaron a incendiar la iglesia de la manera más espantosa, luego incendiaron casa por casa en una extensión de una legua a la redonda».
b. El Dr. Leopoldo Díaz Montenegro en nuestra entrevista nos informó:
«Lo he oído de personas que presenciaron la invasión chilena, entre ellas a mi madre María Asunción Montenegro. Ella me contó que las autoridades resolvieron desocupar la ciudad. Esto me parece algo discutible, una autoridad debía tomar cartas en el asunto. Hubo éxodo completo de Chota y dejaron cerradas las puertas de sus casas; mi madre me contaba que dejó tendidas sus camas y llevó sólo un candelabro y se fueron a la campiña donde teníamos parientes, de los cuales hay algunos descendientes. En la noche del 29 de agosto de 1,882, los chotanos vieron apenados cómo ardía Chota; los techos de las casas eran en su mayoría de paja y por eso se incendiaron con mucha facilidad. Hay leyenda que dice que los chilenos sacaron las cosas del colegio San Juan y el local lo emplearon como cuartel. Antes que llegaran los chilenos, los chotanos resolvieron salvar la virgen de Chota que tenía el niño y las joyas. Después del vandálico accionar de los chilenos, los chotanos se dedicaron con mucho coraje y voluntad a la reconstrucción de la ciudad. Recuerdo que mi mamá me contaba la actitud de la señora Carmen Cadenillas, quien siendo una señora de la sociedad chotana, con machete en mano picaba la paja para los adobes de su casa. Como los chilenos habían quemado la iglesia, al principio los chotanos tuvieron que edificar una capilla en la esquina de la plaza, en donde hoy está el edificio de la municipalidad. Ese solar era propiedad de la iglesia, y allí el señor. Justo Ponciano Vigil, por devoción a la virgen de Dolores construyó la capilla; yo me bauticé allí. Después, año tras año, se iba reconstruyendo la actual iglesia, yo la he visto inaugurar el año 1,915, siendo alcalde el Sr. Celso Carbajal.
Un episodio que también me contaba mi madre es de que terminado el incendio de la ciudad, Dn. Manuel Loayza había bajado de la campiña a ver cómo quedó Chota, y encontró que un grupo de cuyumalquinos estaba rebuscando en los escombros y se apropiaban de lo que quedó del incendio, y entonces Dn. Manuel Loayza los dispersó a riendazos».
El Incendio de la ciudad de Chota, Cuadro del Sr. Glicerio Villanueva
Señor de la Animas, imagen rescatada del Incendio de Chota – Agosto 1882. Traída a Lima por la familia Acuña; actualmente se encuentra en el jirón Emilio Valdizán 475 – Jesús María
c. Discurso del Dr. Gilberto Vigil Cadenillas con motivo del centenario del incendio de Chota (30 Agosto 1982):
«Ante la proximidad del enemigo los vecinos de Chota convocados por el Alcalde Don Diego Villacorta, se reunieron en la municipalidad para decidir entre poner resistencia al invasor o pagar los cupos que otros pueblos habían pagado: hacer resistencia era prácticamente imposible, pues sólo se disponía de 30 armas; aceptar la invasión no era propio de pueblos como Chota que ofrendaron la vida de sus mejores hijos desde el comienzo de la guerra; había que resistir en alguna forma y se resistió en el sitio denominado «El Calvario»; Dn. Jerónimo Pérez con algunos valientes la organizaron para retirarse después a Conchán, Chetilla y Chiguirip, no sin antes envenenar las fuentes de abastecimiento de agua… El incendio se inició al medio día, a la 1 p.m., por el sur de la ciudad y duró dos días; el pueblo es arrasado, quedan en pie parte del colegio, la escuela que había sido tomada como cuartel, la casa de Lorenzo Regalado y la cárcel. Patéticas escenas de heroísmo escribieron mujeres y hombres chotanas; Doña Isidora Rodrigo, Doña Tomasa Álvarez, Miguel Alfaro, Marcelino Núñez, Juan Guevara; son relevantes las acciones de Melchor Medina, Rafael Bautista, Juan Vásquez Alarcón, Eleodoro Guerrero, Pedro Pascual Bautista, Alberto Cadenillas etc.»
d. El actual obispo de Cajamarca, Monseñor José Dammert Bellido en su libro «Cajamarca durante la Guerra del Pacífico», pág. 87 escribe:
«El Comandante Carvallo tuvo conocimiento que el General Iglesias estaba en Chota, por lo que decidió dirigirse hacia el norte, llegando el 28 de Agosto. Iglesias se había retirado más al norte, y sólo se encontraba en Chota un italiano llamado Luis Guido y las familias de algunos enfermos de la ciudad, pues, los chotanos la habían abandonado; indignado Carvallo por que de Chota salió el contingente que luchó en San Pablo, incendió la ciudad en su totalidad. La tradición chotana refiere que sus habitantes habían envenenado el canal y la pila que proveía de agua a la ciudad. Al ser nombrado obispo de Cajamarca el Presbítero Groso en 1,909, se mencionó en Trujillo que la ciudad de Chota fue reducida a cenizas, encarcelados su principales habitantes y condenados a pagar un cupo enorme. Pero en medio de los grandes males que afligían a la humanidad, aparecen también grandes remedios… los feligreses encontraron en su párroco y futuro obispo, un padre amoroso y tierno que los alienta con palabras de esperanza y de consuelo.»
e. El historiador José Luis Torres en su obra «Apuntes para un Libro Municipal», pág. 135, dice:
«Los chilenos al dirigirse a Chota pasaban destruyendo todo lo que encontraban en su tránsito y asesinando a mansalva a los infelices indios. Al llegar a la población y encontrarla desierta, el jefe de dichas fuerzas, Comandante Carvallo, ordenó se incendiase la población y la campiña, lo que se efectuó, ocupándose en tan horrible faena por tres días consecutivos y en medio de la más estúpida embriaguez, toda la soldadería desenfrenada, que gozaba hasta en martirizar a uno que otro animal que por descuido había quedado.»
f. El historiador Juan D. Vigil, con su estilo tan peculiar, ameno e interesante, en las páginas 176-177 de su obra «El Pueblo en la Llanura», nos relata:
«…Cajamarca, San Pablo y Chota quedaron reducidas a tétricos escombros… Los del sur, después de San Pablo, consideraron a Chota un fuerte bastión de resistencia. De aquí, pues, había salido, al mando del Comandante Callirgos Quiroga, la Segunda División, que combatió en San Pablo, por lo que Carvallo ordenó su pronta, eficaz y metódica destrucción.
Diego Villacorta G., burgomaestre chotano, al ser noticiado de la aproximación de tropa araucana, presidió un cabildo abierto, en el que participaron pueblo y el subprefecto Timoteo Tirado.
Allí se acordó, por fin, abandonar la ciudad inerme, no pagar cupos, ni menos sufrir atropellos.
Una fuerza de 450 chilenos, el 28 de agosto acampó a la vista de la vega del río. El 29 de agosto del 82, a eso de las once, se oyeron las primeras descargas de fusilaría que hacen desaliñados resistentes.
Los bien pertrechados expedicionarios, tras arrasar las trincheras de «Colpamayo», y vencer a otro grupo de paisanos mal armados, luego de brevísima escaramuza en el cerro «Calvario» y pasar a cuchillo a sus últimos defensores que se baten con denuedo, como una manada de lobos penetraron a Chota, pequeña ciudad en ese entonces no mayor de doce manzanas en total. Ulteriormente eliminaron, con tiroteos drásticos, los focos de resistencia que lograron detectar.
La ciudad se encontraba vacía y sin provisiones.
Nuestros abuelos, huyendo del infortunio, se guarecieron en sus fundos y alquerías; ocultaron algunas imágenes, entre estas la de la Purísima, patrona de los chotanos; y partidas de ellos se unieron a las guerrillas de Becerra, «Azote de chilenos» que no cesó de hostilizar al enemigo en su rumbo Cutervo – Chiclayo… Las calles de Chota se veían desiertas; y la soldadería, entre gritos, rompía puertas y portadas con hachazos formidables, oleadas de plomo y golpes de culata; campean también los explosivos y vuelan las moradas.
Extrajeron todo cuanto pudieron de muebles y cosas de algún valor que quedara, apilaron el latrocinio en la plaza, tendieron mechas por los edificios, y principió la conflagración.
Nubarrones de humo, azules y blancos, irrumpieron violentos; y los sombríos chilenos contemplaban el bullicio ensordecedor de las flamas que crepitan, revolotean y roen casas y techados… En medio de tal sinfonía de explosiones y llamaradas, cuyo rojizo esplendor caía sobre la cara de los incendiarios, y entre bestiales aullidos, fue traspasado a bayonetazos un niño indio, ponguito de una de las principales familias fugitivas, que osó desafiar la cólera chilena al doblar los esquilones en señal de dolor. Ese fue el último tañido del bronce ponciano en Chota.
Allí acaban hasta con los perros vagabundos; y en los aldeorrios, cazaban a tiros de «Comblain» a los nativos inquietos y más rebeldes, aterrando así al pobrerío rural.
Bajo el cielo luminoso de la noche del 30, finalizó el incendio que había comenzado por la parte del meridión.
La Chota bullidora, yacía por tierra derribada.
Es fama que, los chotanos, en días anteriores al abandonar la ciudad avisaron a los hombres de los altos Cañafisto, emponzoñaran con yerbas el agua de una canal, en su mayor trayecto incaico, que abastece aún la población; con ésta, Carvallo perdió muchos guerreros. Archivos parroquiales y también del cabildo ardieron… confundidos con su tierra permanecen las osamentas de tantos héroes que ahogaron su dolor, su llanto e inmolaron su vida para salvar los últimos jirones de la honra de su patria devastada: Perú.
Centenares de bohíos en los campos circundantes fueron arrasados. Honor y Gloria a Isidora Rodrigo, Tomasa Álvarez, Juan Guevara, Miguel Alfaro, Marcelino Muñoz, y cientos de héroes anónimos campesinos. Lauro inmarcesible para Gerónimo Pérez que desvió el curso del agua potable.
Honor, en fin a todos aquellos paisanos, campesinos humildes, que tranquilos y pacíficos roturaron la tierra durante su vida, y en los que se encendió la razón de lo heroico en el frente de batalla.
Y a don Adolfo Vigil Osores que asiló gente en Lingán.»
Manifiesto de Montán
Después del incendio de Chota, el General Iglesias que se encontraba en su hacienda Montán, lanzó el conocido «Manifiesto de Montán» o «Grito de Montán», en el que se expresa ampliamente adicto incondicional a una paz vergonzosa para nuestra patria.
A continuación reproducimos una parte del manifiesto de Montán, escrito en la obra mencionada del historiador chileno Pascual Ahumada y Moreno; Tomo VII, páginas 307 – 309.
«Se habla de una especie de honor que impide los arreglos pacíficos cediendo un pedazo de terreno, y por no ceder ese pedazo de terreno que representa un puñado de oro, fuente de nuestra pasada corrupción, permitimos que el pabellón enemigo se levante indefinidamente sobre nuestras más altas torres, desde Tumbes hasta Loa; que se saqueen e incendien nuestros hogares, que se profanen nuestros templos, que se insulte a nuestras madres, esposas e hijas. Por mantener ese falso honor, el látigo chileno alcanza a nuestros hermanos inermes; por ese falso honor, viudas y huérfanos de los que cayeron en el campo de batalla, hoy desamparados y a merced del enemigo, le extienden la mano en demanda de un mendrugo… ¡Oh! ¡Guerreros de gabinete, patriotas de taberna, zurcidores de intrigas infernales! ¡Cobardes, mil veces cobardes, autores de la catástrofe nacional!
¡Basta!…
Ahora sólo me queda el proceder, y que el presente y la posteridad me juzguen.
Miguel Iglesias
Hacienda de Montán, 31 de Agosto de 1882.»
En este manifiesto Iglesias nos dice que cediendo un pedazo de terreno se solucionaría todas las penurias de los peruanos…
Pero la historia nos demostró todo lo contrario. Después de ceder el pedazo de terreno (¡que tal pedazo!, Tarapacá y Arica) continuó flameando en las más altas torres, principalmente de Tacna, el pabellón chileno. Qué fácil fue para Iglesias canjear el honor de toda una nación. Preguntemos a los sobrevivientes tacneños llamados los plebiscitarios —que sufrieron muchos vejámenes de los chilenos—, cuál es el concepto que tienen del honorable Iglesias. Cuántos tacneños murieron en manos de los verdugos chilenos después del Grito de Montán, incluso después del Tratado de Ancón. ¿No hubiese sido mejor para Iglesias unirse a Cáceres, a Puga, Becerra y a tantos otros verdaderos patriotas haciendo un frente común para combatir a los chilenos hasta derrotarlos? Todo es posible cuando un pueblo es conducido por verdaderos patriotas, que todo lo dan en favor de la patria, dejando de lado sus intereses personales.
El historiador chileno Bulnes al referirse al «Grito de Montán» anota:
«Tal manifiesto fue recibido en el Perú con una protesta general, casi unánime… Cáceres fue uno de los primeros en protestar y lanzar sendas proclamas contra Iglesias dirigidas a su ejército y a los pueblos del centro».
El contralmirante Montero encargado del Poder Ejecutivo desde Arequipa decretó: «Queda borrado del escalafón militar y privado de sus goces, prerrogativas y derechos, el general de Brigada Dn. Miguel Iglesias, quien tan presto como sea habido, será juzgado en Consejo de Guerra por delito de traición a la patria en arreglo a ordenanzas vigentes.»
Al concluir éste capítulo, creemos que es el más doloroso para los chotanos. Nunca hubo tanta destrucción en Chota; ni siquiera en la conquista española. Cumplieron a cabalidad las hordas chilenas sus consignas superiores, con fiereza y crueldad. Recordemos que en una proclama publicada en el periódico «El Ferrocarril», Santiago, 8 de setiembre de 1,880; sentencian: «Ni una choza debe quedar en pie estando al alcance de nuestra artillería… Es necesario que la muerte y la destrucción ejercidas sin piedad en los hogares del Perú, no le deje ni un momento de aliento ni respiro y que sucumba al peso de nuestra superioridad militar. Hoy más que nunca se necesita obrar sin otro objetivo ni otra consideración que la de aniquilar completamente cuanto sea poder, recursos o fortuna para nuestros enemigos».
Pero les costó caro tan grande atrevimiento, porque un valeroso soldado chotano, el Crnl. Manuel José Becerra, los tuvo en jaque en la zona de Lambayeque, en constante asedio, hasta darles el golpe final en «Cerro Cárcamo», causándoles muchas bajas y requisándoles importante material de guerra. De allí que los chilenos siempre tenían temor al «Infierno de Chota».
«LA NEFASTA ACCION DE LA DESENFRENADA
SOLDADESCA CHILENA JAMAS OLVIDAREMOS
LOS CHOTANOS»
Que los hermosos y significativos versos de un chiclayano agradecido, sean los que le den el toque final a este capítulo y, que al mismo tiempo lleguen profundamente a la conciencia de todo peruano que los lea.
EN 1906: UN SALUDO A CHOTA
(Para el señor Dr. Emilio Muñoz) (DECIMAS)
SALVE PUEBLO GENEROSO,
de patriotismo modelo;
hoy vuelvo a mirar tu cielo,
lleno de ferviente gozo,
para mí siempre fue honroso
visitar una ciudad
do impera la lealtad,
el trabajo y el civismo
y en que inflama el patriotismo
el Sol de la libertad.
Por donde quiera que miro,
por todas partes encuentro,
que eres de progreso un centro,
por lo que tanto te admiro,
en tu seno no suspiro
ni por mi tierra natal,
pues en ti se halla cabal
cuanto se pueda desear:
adelantos que admirar
y amistad franca y leal.
Tus mujeres tan hermosas
tienen luceros por ojos,
por labios claveles rojos
y por mejillas dos rosas,
son afables y virtuosas
y en todo son un dechado
de lo que hay más estimado
como virtud, gentileza,
que en toda naturaleza
con lo grande te ha dotado.
En el alma de un chotano,
para el orgullo de Chota,
se ve el alma de un patriota
con rasgos de un espartano
en el conflicto peruano,
de la chilena invasión
se inflama su corazón
con tan grande bizarría
en su arrojo y valentía
causó asombro a la Nación.
Y cuando su inmunda planta
puso torpe el invasor,
ladrón, cobarde y traidor
en tu tierra noble y santa
tu indignación era tanta
que con un gran ardimiento
dijiste: «No hay alimento
ni agua para el atrevido
que nuestro suelo ha invadido
de nuestra riqueza hambriento».
Incendiaron tus hogares
y el humo que ascender viste
fue el incienso que ofreciste
de la Patria en los altares,
y si a torrentes o a mares,
sangre no corrió esos días
fue por que tú no tenías
armas con que defenderte;
de lo contrario la muerte
te hubiera dado alegrías.
Pero diste a tu historia
la página más hermosa,
página noble, gloriosa,
y de imborrable memoria,
tú le arrancaste a la gloria
el laurel más estimado
por eso está bien sentado
de tus hijos el valor
mereciendo el alto honor
que siempre se han conquistado.
Acepta pues, mi querido
y hermoso pueblo chotano
los versos de un chiclayano
que tanto te ha distinguido;
hoy a tu suelo he venido
tus grandezas a admirar;
y al poderte saludar,
es mi deseo ferviente
que sigas constantemente
la senda de progresar.
Chota, Agosto de 1906.
GREGORIO CAMPOS POLO
[1] Pascual Ahumada y Moreno — Guerra del Pacífico, Tomo VII; pág. 38
[2] Pascual Ahumada y Moreno — Ibidem, Tomo VI; pág. 205