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A pedido de muchos jóvenes que gustan del teatro, y en especial de las comedias Montaña, ponemos a disposición de nuestros lectores el guión completo de la que fuera el inicio y el motor para la creación del Taller de Teatro «Don Magnito» de A.C.E.R. «Montaña», como del Grupo de Creación Literaria «Pluma Libre»; nos referimos a la hilarante comedia «El Pediche de la Cuda». ¡Disfrútenla!

EL PEDICHE DE LA CUDA

PERSONAJES

(Por orden de aparición)

BONIFACIO. Mancebo desinhibido y enamorador, de poncho y sombrero, quien inopinadamente se enamora de Meraida hasta perder la razón, precisando de ser curado con limpia y hasta sacada de ánimo.

MERAIDA. Nombre que se le ocurre a Rebeca para ocultarle a Bonifacio, provocativamente, su verdadera identidad, al momento de aceptarle como novia. Amor idealizado de Bonifacio.

CLEMENTINO y FIDENCIO. Hermanos pequeños de Rebeca, de siete y nueve años, en quienes el padre ha confiado especialmente su cuidado, pero que son “comprados” fácilmente por Bonifacio con unos panes.

DORILA. Hermana de Rebeca, un año menor, y simultánea confidente de sus afectos amorosos, quien la defiende ante el padre de ambas cuando éste descarga su inicial ira al momento del insospechado pediche.

ATANASIO. Según Meraida, anciano hacendado del lugar y padre de su novio Mashe.

MASHE. Viudo y supuesto hijo del hacendado, con quien el padre de Meraida, ya tendría trato para casarla.

PERICLES o PERICLITO. Padre de Bonifacio, dedicado a su familia y a su trabajo, quien –de acuerdo a la costumbre– tiene que encabezar la comitiva y realizar el pediche de Meraida a nombre de su despistado vástago Bonifacio.

MAGNITA VICTORIA. Hermanita única de Bonifacio, de unos ocho años, quien, al momento del singular pediche, también es vista con especial interés por el resuelto Clementino.

LA CUDA. Espectro que se le aparece al embelesado Bonifacio tomando la apariencia de la bella Meraida, para encantarle y tratar de llevárselo a su reino misterioso en el centro de la laguna.

GERUNDIA. Mamá de Bonifacio, de carácter alborotado, práctica y que sabe aparentar bien las falencias económicas por la que pasa la familia, tanto para la cura de su hijo como para la aceptación del mismo al momento del pediche.

ÑO SHILVE. Brujo curandero, quien cumple con sacar el ánimo de Bonifacio, enderezarle la suerte luego y hacerle el amarre con Meraida, sin averiguar bien en las cartas que se trata de Rebeca, su propia hija.

ÑA LINDOMIRA. Abnegada madre de Rebeca, quien hace de auxiliar en las prácticas de limpia de su esposo, Ño Shilve, al mismo que recrimina la dureza de reacción ante el pediche de los jóvenes amantes.

VENSHE y NATIVO. Rudos hermanos de padre, mayores que Rebeca, quienes cumplen efectivamente el papel de rambas o auxiliares de Ño Shilve y que se oponen, en principio, terminantemente a la aceptación de Bonifacio como cuñado.

TIBURCIA, TEÓFILA y CASTINALDA. Hermanas de madre, mayores que Rebeca, sólo mencionadas y que se hallan lejos en la jalca al momento del pediche.

REBECA. Hermosa quinceañera y verdadera identidad de Meraida, hija de Ño Shilve y Ña Lindomira, quien pícaramente provoca todas las situaciones y reacciones de la historia.



I

MERAIDA

(Bonifacio, silbando y cantando, aparece por el camino y enamora a la hermosa joven, Meraida, quien al cuidado de sus pequeños hermanos, Fidencio y Clementino, va pastando las ovejas al tiempo que siega la hierba para los cuyes)

Bonifacio. Hola buenamoza, nuevamente nos encontramos.

Meraida. (Mirándole por sobre el hombro) ¡Qué pué tiene este zonzo!

Bonifacio. Tas bonita china, de verdacito, qué lindurita que estás…. ¡Muá!

(Los pequeños hermanos, a un costado, son testigos de la osadía y actúan de inmediato).

Clementino. ¡Qué quieres con mi hermana, so cashtingo! (Irrumpe junto con Fidencio, amenazando al intruso con la hoz, sacando chispas en una piedra y haciéndole el gesto de degollarle. Bonifacio, muy tranquilo, les “compra” con unos panes que saca de la alforja. Clementino acepta a la segunda vez y se van con Fidencio dejando a Meraida a merced del galante).

Bonifacio. Ahora sí china, ya estamos solitos.

Meraida. Cállate gafo, lárgate antes que llegue mi taita.

Bonifacio. Que venga nomá, mejor dame un piquito, chinita.

Meraida. ¡Aléjate de mi lau, antes que con esto te varee! (alzando la voz, le amenaza con la rueca).

Bonifacio. Tan malura la china; pero así me gustas más… ¡Ñañau!

Meraida. ¡Cállate gafo zonzo, perro pestoso, arrastrau encima!

Bonifacio. Me acabates la vida, china… Vamos estando nomá, ya no seas tan jíbara.

Meraida. Tatay, gafo ciprango, mi taita ya me ha conseguido novio.

Bonifacio. ¿Y quién pué es ese?

Meraida. Es el hijo de don Atanasio, el hacendau, que tiene armas, mucha gente a su servicio y hasta te puede matar.

Bonifacio. Tatay, lo desconchiflo de un jebazo.

Meraida. Tatay… tú, que no sabes ni palabreyar; lo vieras a mi novio Mashe (mostrándose muy coqueta) me abraza, me besa y vieras lo que hace.

Bonifacio. ¡Añañay! Es poco china, yo te quiero de verdacito y conmigo vas a ser muy feliz.

Meraida. Crees que con esas palabras… me vas a convencer; no, aún no…

Bonifacio. Tanto ya… Mira, china, yo tengo muchas tierras y cantidad de ganau.

Meraida. Con esa cara… ¿ganau?, ganau tendrás en tu cabeza.

Bonifacio. No pué chinita… mira que estoy ciprita (mostrando la cabeza recién rapada), donde se va a criar ese ganau que tú dices. Yo tengo del bueno, puro Fleiber.

Meraida. Claro pué, allí se ven piojos coloraus y tuavía se te resbalan… ¡Ja, ja…!

Bonifacio. Vamo estando china, no te hagas la gafita, yo sé que también me quieres y yo te quiero de de-veritas(Le da un golpecito con el hombro y ella se muestra más coqueta) Y a propósito, nunca me has dicho tu nombre.

Meraida. Tampoco me has preguntau, so gafo.

Bonifacio. ¿Cómo te llamas pué lindurita?

Meraida. ¿Mi nombre…? Mi nombre es… (inventa un nombre, se ríe y vuelve la cara) Mi nombre es… Meraida.

Bonifacio. Mera… raida (dando saltos de felicidad memoriza el nombre). Si me aceptas te bajo la luna y te llevo volando hasta las estrellas, te lleno de güishas, te llevo a comer sanguches para que te olvides de la chochoca, te compro tus vestidos nuevos, tus tacos y tu cartera… y te llevo a la costa para que ya no sufras más en estas tierras, donde sólo llueve y llueve.

Meraida. Bueno, bueno, con todas esas cosas creo que ya me has convencido y la verdad, aunque me mate mi taita, me voy contigo.

(Cuando están por irse abrazados y muy contentos, de pronto aparece Dorila, la hermana menor de la flamante novia. Meraida le insta a Bonifacio que se vaya y éste sale apurado del escenario).

Dorila. (Ingresando muy curiosa) ¿Quién es ese que se manda por’ay?

Meraida. (Deteniéndola) Quien pué va a ser; no es nadie… Yo no sé qué habrás visto.

Dorila. No te hagas la gafa, yo seré más chica que tú, pero no me engañas.

Meraida. Ya, está bien. Él es el muchacho de la casa de atrás de aquella loma, ese que lo anda silbando a las chinas, y como me gusta el maldiciau. Yo lo estoy aguaitando desde que el taita alquiló estos pastizales y hasta sé que se llama Bonifacio.

Dorila. Ay, hermanita, tú si que estás loca, te acabates de agafar; te has fijau en un gafo ciprango, cara de güisha y con ese nombre. Yo no sé, pero si el taita se entera, te mata, y a mí también de yapa.

Meraida. Sólo que tú lo digas, además ya lo acepté al condenau… Me gusta pué… ¿Qué vua hacer? Me gusta pué el Boni. (suspira).

Dorila. Acaso te olvidas lo que dicen los cholos, que el taita ya está haciendo el trato con Ño Atanasio, por el Mashe.

Meraida. Con ese viudo feyura, ni muerta, por más que esté pudriéndose en plata, ni loca me meto con ese.

(Siguen conversando, mientras se cierra el telón).


II

LA TENTACIÓN

(Bonifacio, muy inquieto, yendo de un lado a otro, repite el nombre de Meraida, a quien no ve hace algunos días, cuando es sorprendido por su padre Pericles y su hermanita Magnita Victoria, perdiendo el tiempo)

Bonifacio. ¡Ay Mera, mi Mera… Merita…! ¿Qué estará haciendo? Capaz ta cocinando, o quizá ta lavando, o tal vez se está bañando ciprita pensando en su Bonifacio… ¡No puedo sacarla de mi cabeza, tan lindurita que es, pué, la condenada!

Pericles. (Ingresando en escena, pico al hombro, y de la mano de Magnita Victoria) ¡Oye cholo maldiciau, qué haces hablando solito como gafo en lugar de estar trabajando!

Magnita Victoria. Sí, hermanito, así hablando solito, pareces loquito.

Bonifacio. Yo estoy enamorau de mi Mera, apá. Hermanita, pronto vas a tener tu cuñadita… y es lindurita como vos.

Pericles. ¿Enamorau? Tú acá hecho un zonzo y la yunta ya se ha metido a la chacra del vecino.

Bonifacio. ¡Qué me importa, pue’…! (en tono de desinterés y con chanza, como acostumbra jugarse con su padre) Apacito, yo lo quiero a la Mera.

Pericles. Mera, Mera… Si quieres china, primero trabaja. (Dándole la herramienta de labranza) ¡Toma el pico y ya no quiero verte más así haraganeando!

Magnita Victoria. Sí, hermanito, tú siempre has sido muy trabajador; pero estos días te estamos viendo de otra laya, ¡cate, así dice mi mama!

(Se van el padre y la niña. Bonifacio se hace que trabajar, mas luego se detiene de nuevo a pensar).

Bonifacio. Trabajo, trabajo, qué me importa, son vainas, mañana trabajo… ahora yo sólo quiero a mi Mera.

(Botando el pico, canta).

Bonifacio. Este mal que yo tengo…, este mal que yo tengo… no lo sanan ni en Trujillo…, no lo sanan ni en Trujillo; para que me curen…, para que me curen preciso… la lengua del tijirillo…, la lengua del tijirillo

(De pronto se escucha una voz conocida, aunque enrarecida, que parece venir de todos lados, desubicando a Bonifacio).

La Cuda. ¡Bonifacio…! ¡Bonifacio…! (llama el espectro, fingiendo la voz de Meraida).

Bonifacio. ¿Mera? ¡Merita…! ¿Dónde estás, Merita?

La Cuda. ¡Bonifacio…! ¡Bonifacio…! (sigue llamando la duende, denotando sin embargo esa voz modificada) ¡Ven a verme en la laguna, amorcito…!

Bonifacio. ¿En la laguna?

La Cuda. Sí, en la laguna, ven a verme, Bonifacito… Te estoy esperando.

Bonifacio. Mera, Merita… (sigue a la voz sin dirección precisa en el escenario).

La Cuda. (Haciendo su aparición en escena) ¡Ven, ven diamante de mi corazón! ¡Ven…! ¡Ven hacia mí!


(Bonifacio acude al llamado de sus brazos y ella va retrocediendo paulatinamente hacia la laguna, adonde ella quiere inducirle y atraparlo. Sin embargo, Bonifacio es salvado al punto por su padre, quien reingresa en escena, más enojado, viendo que su hijo continúa hablando solo y perdiendo el tiempo).

Pericles. ¡Oye, so carajo, o sea que sigues haraganeando!

(Al mismo tiempo, muy coordinadamente, un juego de luces hará que la Cuda desaparezca de escena, sumergiéndose en la laguna).

Bonifacio. (Despertando súbitamente del encantamiento y viéndose sin explicaciones dentro del agua; pierde la razón) ¡Alalay! ¡Bah…¡ ¿Dónde se metió? ¿Dónde está mi Mera?

Pericles. ¿Qué te pasa, Bonifacio? (cogiendo tenazmente a su hijo de los brazos) ¡Encima de haragán, loco!

Bonifacio. (Señalando insistentemente el lugar donde desapareció la chica) ¡Se metió en la laguna, la Mera se metió en la laguna! ¡Apá tenemos que salvarla, apá!

Pericles. Me vienes con Mera, Mera… Yo te he estau mirando desde la fila y te he visto como sigues hablando solito, haciéndote el loco por no trabajar. Así es que te dejas de cojudeces o te descuero a pencazos.

Bonifacio. ¡De verdá, apacito, se metió en la laguna! ¡La Mera se metió en la laguna! ¡Tengo que sacarla!

(Irrumpe en escena Gerundia, emprendiéndole contra su marido).

Gerundia.¿Qué tiene mi hijito? ¿Qué le hiciste?

Bonifacio. ¡Se metió en la laguna, amá, mi Mera se metió en la laguna!

Pericles. ¡Qué le voy a hacer mujer, está que se hace el loco por no piquear; pero ahorita lo saco toda la gafera a golpes!

Gerundia. Ay Diosito, ¿quién es esa Mera? Esta laguna es malisma. Acá se alocó el Tanico. ¡Ay, Diosito lindo, yo creo que ya lo tentó la Cuda a mi cholito, tanto pensar en esa Mera o como se llame ese diantre de mujer!

Bonifacio. Sí amá, yo quiero mujer.

Pericles. ¡CudaCuda, son tonterías!  ¡Ahorita le saco la gafera a golpes!

Gerundia. ¡No, Periclito…! (deteniendo a su marido) Hay que llevarlo a que lo curen, que lo limpien, si no se muere mi cholito.

(Lo llevan a empellones, contra la voluntad de Bonifacio, quien más se resiste a alejarse de la laguna).


III

LA SEMEJANZA

(Recomendados por los vecinos, llevan a Bonifacio hasta las alturas donde vive un curioso, Ño Shilve, quien de inmediato le practica la limpia)

Gerundia. (Ingresando apurados en casa del brujo) ¡Ño Shilve, Ño Shilve… nos han recomendau con usté, taitito; acá le traemos a mi hijito, que se ha vuelto loco!

Ño Shilve. A ver, a ver… ¿qué es lo que pasa? Tranquilos, por favor.

Pericles. Dice mi Gerundia que el cholo se ha encantau con la Cuda. Yo no creo en esas cosas; aunque, la verdad, ya me está haciendo dudar este Bonifacio, yo creía que lo hacía por no trabajar.

Ño Shilve. En este momento lo vamos a ver… Ramba (dirigiéndose a su hijo Venshe), alista los naipes, vamos a hacer una mesada.

Bonifacio. Yo sólo quiero a mi Mera, quiero que lo saquen de la laguna, taititos, porque no me hacen caso.

Gerundia. Ño Shilve, sálvelo por favor, por plata no se preocupe. Tenemos harto ganau, güishas por montón.

Ño Shilve. Vamos a ver… con el rey de bastos…  Hum… la coca medio me endulza.

Bonifacio. Yo sólo quiero a mi Mera, sáquelo taitito de la laguna, porque pué son tan malos.

Ño Shilve. Hum… (continuando con la observación en las cartas y como pensando en voz alta) Clarito está, esto es cosa de faldas… Es una china maltona, buenamoza, y medio que me parece conocida… Vecina hay ser, porque sale cerca de acá de la casa.

Bonifacio. (Recuperando por un rato su buen sentido del humor) Lindurita pué es, verdá, lo estaste viendo taitito¡Ñañay!

Ño Shilve. A ver señores, hasta donde logro ver, el cholo está enamorau perdido de una chica y tanto pensar en ella lo ha tentau la Cuda… quien se le ha aparecido en la forma de esta chica y ha estado a punto de desaparecerlo en la laguna. ¡Pero no se preocupen, eso tiene remedio, yo lo curo!

Pericles. (Con gesto de incredulidad) ¿Antes que sigamos, cuánto pué será su trabajito?

Gerundia. Tú, con esas cosas, que lo cure nomá a mi Bonifacito, si no tú me devuelves otro igualito.

Pericles. Lo hacemos, pué, qué problema, Gerundita…

Ño Shilve. Bueno, la cosa no está fácil, hay que limpiarlo, hacerle un desate, tengo que ir al cementerio, al Diablo Pungo, a sacarle el ánimo… mil soles será pué… barato, nomá.

Gerundia. ¡Le doy dos mil aunque seya, pero sánelo a mi cholo!

Ño Shilve. Empecemos pues… a ver huamanero (dirigiéndose a Nativo, el menor de los rambas), pásale la correa.

(Alrededor de Bonifacio, empiezan a limpiarlo, incluyendo Ña Lindomira, esposa del curandero, quien se ha mantenido atenta a un costado; ella procede a complementar la limpia con hierbas en las manos y cánticos).

Ña Lindomira. (Cantando). ¡Desatando, desatando… desatando al enfermito…! ¡Desatando, desatando… desatando al enfermito…!

(Continúan los cánticos, que animan a Bonifacio incluso a bailar, y luego la respectiva penqueada, hace que los padres, que observan a un costado, reclamen preocupados al suponer que están maltratando al muchacho con la supuesta limpia).

Gerundia. ¡No pue’… no me lo maltraten a mi cholo; yo les voy a pagar su plata! ¡No sean malos!


Ña Lindomira. (Apartando a Gerundia) Así es el trabajo mamita, usté quietita nomá.

Ño Shilve. Ahora sí, rambas, alistemos la semejanza para ir al cerro… ¡sáquenle el poncho!

(Dirigiéndose a Bonifacio, quien, ya más tranquilo, se deja despojar poncho y sombrero. Con estos objetos los limpiadores hacen una especie de muñeco, la semejanza del enfermo, que se han de llevar al cerro. Luego de esto Bonifacio se va desvaneciendo de a pocos hasta quedar como dormido en el suelo).

Ño Shilve. Vamos, Bonifacio, ¿verdá? Tú, tranquilito nomá, que te vamos a curar y ya vas a ver cómo te va a ir tan bien con tu china.

(El brujo y sus hijos salen de escena, llevándose la semejanza, mientras los padres y Ña Lindomira quedan al cuidado del enfermo. Gerundia más asustada que todos, gime ante su hijo, aparentemente desfallecido).


IV

LA SACADA DE ÁNIMO

(Ño Shilve y sus hijos, con la semejanza a cuestas, llegan en la oscuridad de la noche ante el cerro malo, para ofrecer un regalo al maligno a cambio del ánimo del enfermo)

Ño Shilve.  (Ingresando en escena y llamando al cerro) ¡Compadre, compadre! ¡Dónde estás compadre!

Venshe. (Exaltándose un poco y dándose ánimos para no terminar asustado) ¡Salte desgraciau, que aquí estamos!

Nativo. (Siguiendo el atrevimiento de su hermano mayor) ¡Ven pa’cá, nomá, que ahorita te rebano los cachos!

Ño Shilve. (Tranquilizando a sus hijos) Quieto ustedes, caramba… (Y dirigiéndose de nuevo al cerro) Compadre Satanás, devuélvele el ánimo a Bonifacio, que aquí te traemos tus regalos.

(Los tres disponen en el piso las semillas, la coca y se dan ánimo alternadamente con el cañazo).

Ño Shilve.  A ver, huamanero, alcánzame la semejanza.

Nativo. Acá está (alcanza las prendas sin dejar de mirar con temor al cerro).

Ño Shilve. Compadre, compadre, ya te hemos dado el encarguito, ahora queremos el ánimo de Bonifacio.

(De pronto aparece una lucecita en forma de luciérnaga que recorre el escenario).

Nativo. Allá está, ya lo vi (corre a atrapar la luz, seguido de Venshe. Pugnan un poco, pero al final logran atraparla).

Venshe. ¡Cuidau que se escapa, puacá, puacá está!

(Ni bien logran hacerse de la luz, la introducen en la semejanza, que parece cobrar vida, y, en seguida, se apuran para volver adonde el enfermo).

Ño Shilve. ¡Ya lo tenemos, ahora a la casa!

(El brujo y Venshe se apuran, adelantando a Nativo, quien es el portador de la semejanza, conduciéndolo a pencazos en nombre del enfermo, fuera del escenario).

Ño Shilve. ¡Sigue carajo, no te detengas!

(Salen).


V

EL AMARRE

(Mientras en casa del brujo, la desesperación creciente hace presa de Gerundia, quien trata de reanimar a su hijo, el mismo que se sigue mostrando inerte. Vuelve los sacadores con el ánimo recobrado)

Gerundia. ¡Ay Periclito… qué pué tanto se demoran y nuestro hijo parece que ya se murió, no respira! ¡Tienes que hacer algo Periclito!

Pericles. Tanto te harás… no pué ya quedamos cómo hacer si el cholo se nos va…

Gerundia. No estamos para bromas ahora Periclito… Ay, mi cholito, escucha a tu madre, Bonifacito.

Ña Lindomira. Ya están por’ai, tan ladrando los perros.

(Ingresan de vuelta el brujo y sus rambas, dirigiéndose de inmediato al lugar donde continúa inmóvil el enfermo).

Ño Shilve. ¡Espíritu de Bonifacio, ingresa a este cuerpo, ingresa a este cuerpo…! ¡Yo te lo ordeno!

(Como por arte de magia y luego de que le es devuelta la semejanza, Bonifacio, poco a poco, empieza a reaccionar).

Ño Shilve. ¡Espíritu de Bonifacio, ingresa en este cuerpo! ¡Bonifacio… regresa, regresa!

Bonifacio. (Despertando del aletargamiento, recobra su voz y casi al instante su vivacidad habitual y en seguida se sienta, milagrosamente curado) ¿Dónde estoy? Bah… ¡cate, amaneció!

Ño Shilve. ¡De pie, ponte de pie!

Gerundia. A ver, hijito… (ubicándose ante Bonifacio) ¿reconoces a tu mamita?

Bonifacio. Este… ¡amáamacita linda! (se abrazan festivamente).

Pericles. (Extendiendo también los brazos a su hijo) ¿Y a tu taita?

Bonifacio. ¡Mi apá, apacito, apá!

Ño Shilve.  Bien… ¡el muchacho ya está curado!

(Festejan todos).

Pericles. Lindo trabajo haste hecho, Ño Shilve; de verlo y no creerlo.

Gerundia. Y tú que no que no crías, Pericles. Ahora mi cholo será el mismo de siempre, pícaro y enamorador como su abuelo.

Bonifacio.  Ah, sí pué mamita, como mi abuelo Cornelio. (Y dirigiéndose al curandero, le hace una inesperada petición) Ya pué taitito, para que me acomoduste la suerte con la Meraida.

Ño Shilve. (Correspondiendo a la soltura del restablecido paciente) Ah, quieres que te haga un amarre. Lo hacemos, no hay problema.

Gerundia. A ver, a ver… ¿y eso cuánto más nos costará?

Ño Shilve. No se preocupe, Ña Gerundia, eso va como cortesía de la casa. Trae las naipes, ramba.

Bonifacio. Ay, de verdá pue’… o lo disuste de yanquita.

Ño Shilve. Como me has caído bien, te voy a hacer esta yapita… Además te prometí que con la china te va a ir muy bien, por lo que te voy a enderezar la suerte. Por acá, toma este traguito… (le sirve de un frasco) y este otro es para que le des de tomar a la china… (lo envuelve en un pedazo de papel) y vas a ver como ella te sigue en tu tras, calladita como un perrito.

Pericles. ¿Y qué pué contiene? A ver, a ver… (luego de oler la copa de su hijo) pa’ mí no hay otro poquito…

Gerundia. Oye, Pericles, tú no necesitas de esas cosas, caracho.

Ño Shilve. El que ha tomado el Bonifacio, tiene para-para, huanarpo macho, suelda-consuelda, ishpingo y este otro tiene sígueme-sígueme y otros secretitos más. Ya van a ver como lo encanta a la china.

(Bonifacio da saltos de felicidad, mientras su madre cierra el trato con el curandero).

Gerundia. Ño Shilvecito, por el apuro no hemos traído toda la platita, pero acá le dejo doscientitos; mañana madrugadito vengo con el resto.

Ño Shilve. Confiaremos ya pué; si no ya saben, el trabajito solito se hay de torcer…

Bonifacio. Ay no pué, taitito(persignándose con exagerada gracia) no gafeuste tan feo. Ni dios lo convenga.

(Agradecidos se van prometiendo recomendar nuevos clientes; mas, una vez fuera del alcance de los oídos de Ño Shilve, comentan su realidad).

Pericles. (Dirigiéndose a Bonifacio) Mira en lo que nos has metido por tus gaferas, ya nos quedamos sin plata. Hemos tenido que vender las tres güishas flacas que quedaban y a la mala nos han comprau.

Gerundia. Ay, qué tacaño el Pericles, ya nos arreglaremos a pocos.

Pericles. Lo que sea, pero sí Bonifacio, ahora tienes que trabajar como burro para descontar todo.

Bonifacio. Ay, taito, como desconfías; yo lo descuento ¡shac!, espera nomá que agarre la lampa.

Pericles. Desde hoy te quedas alquilau en la chacra.

Gerundia. Ya Periclito, no exageres tanto; yo tuavía tengo mis gallinas torocshas y mis rucos aunque shallpas, además la coche mala que lo botó a las crías y la vaca tuerta para venderla.

(En medio de la jauría de perros, que les sale al encuentro, se van los tres, adivinando el camino, apenas visible con la avanzada y oscura madrugada).


VI

EL COMPROMISO

(Pasan los días y se ve a Meraida paseándose y preguntándose por el Bonifacio, a quien luego de haber aceptado aquel día, ya no ha visto más)

Meraida. ¿Qué habrá pasau con el Boni… hace tantísimos días que ya no lo veo? ¿Acaso se habrá ido con otra? ¿De repente me ha visto fea? ¡Tantas chinas del pueblo que se prensan como rellenas, sólo pa’ que lo aloquen a los hombres…!

(Ingresa Bonifacio, camino de regreso a casa, muy tranquilamente; pero al advertir a Meraida, se espanta en extremo, retrocediendo, persignándose y creyéndola en efecto de nuevo la Cuda).

Bonifacio. ¡Achichínamá linda, otra vez la mala-hora!

Meraida. (Extrañándose, pero creyéndole socarronamente una broma) Bah… ¿qué pué tienes, Bonifacio, te agafas también?

Bonifacio. ¿Eres tú de verdad o me estás engañando que eres tú? (Toma distancia, realmente asustado) A ver, si no te desapareces… eres gente (le tira una pequeña piedra al cuerpo, después se acerca, con mucho cuidado y la pellizca. Ella protesta de dolor, entonces recién se convence de que sí es efectivamente Meraida).

Meraida. ¡Au…! (sobándose el brazo con exageración) Así te juegas. Claro, ya me habrás sacau la vuelta segurito, hace semanas que ya no te apareces. Bien, dice mi hermana Castinalda, todos los hombres son iguales.

Bonifacio. La vuelta, la vuelta… Nada, Merita. (Dándole un tono lastimero a la voz) No pué, por tu culpa, casi me muero, gafa.

Meraida.  Ya te vas a hacer, ni que tan enamorau estés de yo.

Bonifacio. Ay, y tuavía lo dudas. Sí no fuera por Ño Shilve, que me sacó el ánimo, ya estuviera muerto.

Meraida. ¿Ño Shilve? ¡Ah…! ¿Qué has dicho? ¿Te han sacau el ánimo? ¿Ño Shilve?

Bonifacio. Sí, aunque no lo creyas… la Cuda se me apareció con tu forma y con tu voz y casi me refunde en la laguna… (recobrando al instante su picardía) y bueno, bueno… ¿cuándo nos fugamos… digo, cuándo nos casamos?

Meraida. ¡Yo ya pué estoy engordando los cuyes cuánto ya… hace semanas desde que me dejaste plantada, o, en verdad, ya estás con otra. Ya te habrás fijau en una patona, de esas quishques, segurito.

Bonifacio. Nada… No te estoy diciendo que casi me he muerto… ¿o estás potocha?

Meraida. Ya pué te creeré, que me queda; más bien, ¿cuándo vas a hacer el pediche?

Bonifacio. Ah, de veras ¿y dónde pué queda tu casa?

Meraida. Mi casa está puarriba en la Curva Grande, a lau de la Piedra Tuca.

Bonifacio. ¿Turca?

Meraida. ¡Tuca!

Bonifacio. No te molestes, Merita… Aunque cómo me gustas cuando te molestas… ¡Añañau! ¿A ver cuándo quieres que haga el pediche?

Meraida. Por yo, mañana mismo si tú lo quieres, allí ya estará mi taita que ya vuelve de la montaña.

Bonifacio. Mejor, el viernes… pa’ mandar hacer el jueves los bizcochos floreaus más ricos de todo Chota… y que mi amá haga buenos quesos. ¿Y tus perros, has de tener grandotes?

Meraida. ¡Es ya pué lo amarro temprano, nomá!

Bonifacio. Sí, pué; sino nos desguaringan a todos.

Meraida. No te preocupes, son mansitos.

Bonifacio. Ya puévamo, vamo

Meraida. Sí, vamo te enseño mi casa desde la quebrada… pero luego te mandas, porque si no te vayan a encontrar mis hermanos mayores. Justo los cholos se mandan mañana a trabajar por la banda.

(Salen de escena).


VII

EL PEDICHE

(Ño Shilve va dando su parte de pago a cada hijo por el último trabajo terminado y advierte, muy contento, que están por llegar más clientes)

Ño Shilve. A ver hijos, de lo que hemos curau hoy, toma tu parte a ti… y a ti; y según veo viene más platita hoy, ya viene gente por el cerco, lo estoy sintiendo. Anda Nativo, ve de quién se trata.

Nativo. Sí, taita, los perros ladran, hay gente puel camino, ya se acercan… ¿Los hago llegar?

Ño Shilve. Sí, corre, corre, hazlos llegar… Y tú (dirigiéndose a Venshe) anda avisa a tu madre y a las chinas que se apuren con sus cosas, ya están embromando demasiado.

(Los visitantes eran Pericles, Gerundia, Bonifacio y Magnita Victoria, pulcramente vestidos como para fiesta, deteniéndose delante del escenario, y sorprendiéndose de que la casa que buscan no es sino la misma casa de Ño Shilve).

Gerundia. Oye, hijito… ¿estás seguro que acá es la casa? Desde abajo estoy viendo y ahora no tengo duda que esta casa es la del brujo que te curó.

Bonifacio. No sé amacita, pero lo que sí sé es que ésta es la casa que buscamos.

Pericles. Pero ésta es la casa de Ño Shilve, ¿qué no te acuerdas, so gafo?

Gerundia. Más gafo tú Periclito… Que pué se va a acordar, el cholito, si a él lo trajimos más loquito que nosotros mismos, que llegamos trampa, trampa, preguntando en la noche…

(De pronto habían llegado a la presencia de Ño Silve, quien al reconocerlos los recibe muy amablemente).

Ño Shilve. ¡Hola, amigos! ¡Hola jovencito, no me tengas miedo, acércate! Veo que ya estás completamente jaque. Y también veo que por fin se acordaron de mi cuentita. ¿O vienen para darles un refuercito, otra macaneadita?

Pericles.  Bueno, Ño Shilve, nosotros venemos en plan de amistad, trayendo un traguito para compartirlo con usté y su familia por haber curado a nuestro cholo; y ya que lo dice, como arreglar las cuentitas.

Ño Shilve. Bueno, tomemos pué, por ese gusto… ¡Salud!

Gerundia. Así es Ño Shilvecito, usté nos devolvítuste la vida salvando a nuestro Bonifacito, tiénuste una mano santa. Dios le guarde Doncito.

Pericles. Así es Ño Shilve, por ese gusto, tomemos otra copita más.


Ño Shilve.  A ver, a ver… Acá huelo algo más, yo no tomo así nomá, dígame más bien el otro motivo de su contento, además por allí veo alforjas y canastas de bizcochos, como si se fueran a un pediche. ¿De qué se trata?

Pericles. ¡Ujum…! (arreglándose la voz) Usté lo ha dicho… (Ño Shilve continuó con su expresión de extrañeza, a lo que Pericles resolvió) La verdad, la verdad… dejándonos de rodeos, hemos venido con una misión muy importante… mi cholo quiere ser de su casa… dice que se ha fijau en su china y venimos a pedirle la mano. He dicho.

Ño Shilve. ¡Qué cosa! (ofuscándose) ¡Cómo que por mi china!

Bonifacio. ¡Sí pué… por la buenamoza de la Meraida, taito, que está lindurón!

Ño Shilve. (Extrañándose más todavía, pero luego riéndose, al tomarlo todo con sentido del humor) Ah, muchacho para ocurrente… ya me habían hecho creer que era cierto. Pero yo no tengo ninguna hija con ese nombre, Meraida o como dices.

(Venshe y Nativo, a un costado, que ya se habían puesto alerta, como que también bajaron la guardia).

Pericles.  Oye cholo gafo (dirigiéndose a su hijo), ya me había cansau de decirte que tú te has confundiu de casa.

Gerundia. Ay Dios, entonces sigue loquito y ya no tenemos ni la vaca tuerta pa’ venderla y sacar pa’ que lo curen…

Bonifacio. Acá vive taitos, la misma Mera me señaló la casa dende acabajito de la quebrada.

Ño Shilve. A ver, a ver… yo no tengo porque seguir con esto, pero como el muchacho no me cae mal, y de repente es porque ha roto la dieta, sólo por eso vamos a aclarar esto. Ahorita llamo a mis hijas para que se convenzan… Tú (dirigiéndose a Nativo), anda llama a tus hermanas…

Nativo. (Gritando con exageración en dirección de la casa vieja) ¡Tibuuuuurcia! ¡Teooooófila! ¡Castinaaaaaaalda!

(Vuelve luego de un momento).

Nativo.  Papá, las chinas aún no vuelven de la jalca, el ganau tuavía no está en el corral.

Ño Shilve. Que pué lo llamas a las chinas viejas, es ya no están como pa´ éste; búscalo a las maltonas. (Dirigiéndose a Venshe) Anda tú, tráelo a las chinas, pero sin gritar.

(Luego de un rato vuelve con una de ellas, quien ingresa limpiándose las manos en el delantal, ante la expectativa de todos).

Dorila. Si taitito… ¿pa’que me llamaste, apacito? Buenos días señorcitos.

(Gerundia se alegra pensando en su posible nuera, pero Bonifacio pone cara de desencanto).

Pericles. ¿Es ella, Bonifacio?

Bonifacio. No taito, no… pa’que pue’ vamos a decir que sí; también está lindisma, pero no es la Mera.

Ño Shilve. Ah, muchacho para enamorau, insisto en que me caes bien, pero verás que acá no está tu destino.

Bonifacio. Pero la Meraida me señaló de abajito, la Piedra Tuca, que justo está acafuera en el cerco. Es verdacito taitos, ya no estoy loco.

Nativo. La Rebeca, de veras, está moliendo la chochoca en el batán…

Ño Shilve. Anda, dile que venga.

Nativo. (Sale gritando con idéntica exageración que en antes) ¡Rebeeeeeca…!

(Luego de un momento regresa con la hermana, a quien la empuja con otro ademán de exageración, mientras la chica se muestra sumamente sumisa).

Bonifacio. ¡Es ella, taititos! (se regocija como abalanzarse sin reservas hacia ella) ¡Es mi Meraida, tan ñay que está! ¡Muá…!

Ño Shilve. ¡Oye, oye… (interponiédose) Sólo he dicho que digas si es ella, no que lo enamores a mi hija!

Venshe. ¡Oye pelau, cara de güisha, con mi familia no te metes!

Ño Shilve. Tranquilo caray, acá el que habla fuerte soy yo. (Interpone el orden y luego se dirige a la aludida) A ver, dime Rebeca, ¿tú lo conoces a este jovencito?

Rebeca. No taitito, no lo conozco taitito, nunca lo he visto.

Bonifacio. Ay, sabandija, que pué ya te olvidaste de los abrazos y los picos que nos dimos.

Ño Shilve. Más respeto con mi hija, caramba… (y dirigiéndose nuevamente a ella) ¿Dime, lo conoces o no lo conoces?

Rebeca. Sí taitito, sí lo conozco.

Bonifacio. Ayayay buenamoza, ya te acordaste (haciendo el ademán de abrazarla nuevamente), ven pa’cá, china.

Ño Shilve. ¡O sea que tú le has dicho que sí!

Rebeca. Sí, taitito.

Bonifacio. ¡Ananau, esa es mi Mera!

(En ese instante ingresan corriendo muy alegres Clementito y Fidencio, salvando de momento a Rebeca).

Ño Shilve. A ver ustedes, vengan para acá… ¿acaso no les encargué que siempre cuiden bien a su hermana?

Fidencio. Yo nunca lo he descuidau, sólo una vez que se escapó una de las güishas y tuve que irme hasta la cueva del Minshulo.

Ño Shilve. Y tú… (dirigiéndose al más pequeño) ¿qué me tienes que decir?

Clementino. Qué pué papito… (señalando a Bonifacio) ese pelau me dio dos pancitos y como estaban ricos lo dejé solito con la Rebeca…

(Y sin pérdida de tiempo, a continuación, le hace ojitos a Magnita Victoria).

Magnita Victoria. (Quejándose con Pericles, su padre) ¡Papacito, papacito, este cholo me está fastidiando!

Pericles. A ver, a ver mocoso, a mi shullquita ni la mires, primero tienes que aprender a limpiarte el… los mocos.

Ño Shilve. Ya ve don Pericles, en los problemas que nos meten las hijas.

Venshe. (Dirigiéndose muy molesto a Rebeca) ¡Y tú, si que te volviste gafa, acaso ya te olvidaste que estás pedida pa’l hijo del hacendau; ya todos nos estamos alistando pa’ ir a vivir a la hacienda y ya no trabajar más!

Gerundia. ¡Tatay…! ¡Si lo hacen por plata, nosotros tenemos pa’ regalar! ¡Acabo de vender mis güishas! ¡Plata es lo que más sobra (tira una de las alforjas a los pies de Venshe), lo que falta es tiempo para gastarlo!

Venshe. (Recogiendo la alforja y engolosinándose con el contenido) ¡Hum…! ¡Ñam, ñam! ¡Que se casen nomá!

Ño Shilve. Espera, caray… (quitándole los bizcochos de la boca a Venshe, la emprende de nuevo contra su hija, pero esta vez a latigazos) ¡Ah, y tú… con que haciendo tratos a mis espaldas! ¡O sea que le has dicho que sí… a éste… y sin mi consentimiento! ¡Toma, toma, toma…!

(Irrumpe la madre  en defensa, llamada por el alboroto).

Ña Lindomira. ¡Qué pué te has agafau… porque lo pegas así a nuestra hija y delante de la gente! (Al reconocer a los visitantes, les hace una venia de saludo) Ah, son ustedes, no les había visto, pero tampoco es para que actúes así… ¿qué pasa aquí?

Ño Shilve. Sí, segurito que tú lo estás apañando. Está haciendo tratos callau con este cabizbajo.

Pericles. Tranquilo, Ño Shilve, tampoco es para que se refiera así de mi hijo.

Ño Shilve. Bueno, bueno, pero tú (dirigiéndose a su esposa), seguro que sabías de todo esto, de darte una paliza a ti también.

Ña Lindomira. Al menos el joven se presenta a pedir la mano, pa’ lo que vos me robaste callau sin que yo quisiera tanto… y me hiciste amanecer por la jalca, atándonos de frío.

Pericles. Ño Shilve (acercándose y dándole una palmada para aprovechar afecto), veo que somos alumnos del mismo maestro.

Gerundia. (Coqueteando a su marido, rebate en seguida a Ño Shilve) Además, usted nos hizo el amarre, qué culpa tenemos que sea con su propia hija… Más bien debería comprarse naipes nuevos, porque en esos, de tan viejos, seguro que ya no se ven bien las cosas.

(Nativo, sintiendo desarmado a su padre, se acerca a Bonifacio a pedirle parte de bizcocho, cuando es sorprendido por éste).

Ño Shilve. ¡Oye, oye… (quitándole la pieza) o sea que tú también lo vendes a tu hermana por un bizcocho!

Nativo. No se preocupe apá, luego nos repartimos todo mita-mita con usté.

Pericles. Ya, Ño Shilve… creo que ya no podemos interponernos…

Ño Shilve. Bueno, bueno, hay que entenderse… Ahora ya no es como antes, que los padres nos conseguían novia, ahora los jóvenes se consiguen, sólo por eso yo los acepto como miembros de mi familia. (Come del pedazo de pan que le quitó a Nativo) Al menos las hijas sirven pa’que nos traigan un rico bizcocho.

Bonifacio. (Sobándose las manos, triunfador) ¡Nanay…!

Pericles. ¡Así es Ño Shilve, ellos ya se conocen, así es que brindemos consuegro por nuestras familias! ¡Salud!

Ño Shilve. Ya pue’ qué más se puede hacer. ¡Salud, don Pericles!

Bonifacio. (Queriendo llevarse a Rebeca de una vez) ¡Hoy sí, ya pué… todo arreglau, vamo Merita!

Ño Shilve. Oye, oye cholito, mi hija se llama Rebeca… ¡Rebeca! ¿De dónde salió eso de Merita… Meraida… o no sé qué?

Rebeca. (Demostrando de nuevo su coquetería) Es un nombre que yo me inventí, apacito… porque quise jugar con el Boni…

Ño Shilve. Ya veo a donde llevas los jueguitos… Y tú cholito (dirigiéndose de nuevo a Bonifacio) lo llevas a mi hija del seno de mi hogar…

Bonifacio. Sí pué(cortando el diálogo socarronamente para gracia de todos) del seno lo llevo, del seno pué suegrito…

Ño Shilve. (Sigue aconsejando) El día que yo me entere que tú le pegas a mi hija, yo acabo una vinza en tus costillas.

Bonifacio. (Secundando siempre con exagerada gracia) ¡Ayayau!

Ño Shilve. Porque un hogar no se forma en cualquier lugar; se forma con responsabilidad.

Bonifacio. ¡Jo jo…!

Ño Shilve. ¡Te estoy aconsejando… escucha caray! ¡Cuando uno forma un hogar hay que entenderse unos a otros como verdaderos esposos, hay que saber trabajar, porque hoy se casan muchachitos de dieciséis y no saben ni agarrar la mancera del arau!

Pericles. No se preocupe, Ño Shilve, mi cholo es fuerte y trabajador, si no que muestre el punche que tiene. Muéstrales hijo, no hagas quedar mal a tu padre (lo hace y todos se ríen).

Ño Shilve. Bien, bien…Y si tú te portas mal dentro de mi casa, yo te doy una maja que te hago ver todas las estrellas juntas…

Bonifacio. ¡Puccha!

Ño Shilve. Ahora sí celebremos, tendamos el poncho y comamos… A ver Lindo, Dorila, Rebeca… ayuden a repartir el agradito.

Todos. ¡Celebremos pues!

(Tienden los ponchos, reparten los bizcochos y quesos y comienza a girar el aguardiente. Todos aprovechan para interrelacionarse y Clementino no pierde el tiempo con Magnita Victoria).

Ño Shilve. Lo dicho, es lindo tener nuestras hijas mujeres para que nos traigan nuestro quesito siquiera.

Bonifacio. ¡Ananay! ¡Salud, suegrito!

Ño Shilve. (Abrazando a Bonifacio) Así que yo te hice el amarre pa’que hoy estés con mi propia hija… ¡Caray, esas cartas si me han hecho una buena jugada! Ahora si te tuerces con mi hija, yo te enderezo con esta chonta.

(Bonifacio sigue haciendo muecas de dolor a las nuevas muestras de su suegro).

Gerundia. ¿Y para cuándo pué lo casamos a los muchachos?

Ño Shilve. Ya estamos cerca de San Juan, ahí aprovecharemos que viene toda la familiada. Tenemos el tiempo exacto para hacer un tremendo fiestón.

Pericles. Estamos de acuerdo, lo hacemos sin pérdida de tiempo; lo bueno es que nuestras cocinas por lo visto están rebalsando de rucos.

Lindomira. Y no olvidemos el matrimonio religioso. Yo como madre reclamo matrimonio civil y religioso; si no, no lo dejo salir a mi hija.

Ño Shilve. Todos tenemos que vigilar la buena marcha de este nuevo hogar.

Pericles. Así es Ño Shilve, estaremos pendientes de todo.

Ño Shilve. Y de paso ya tienen curaciones gratis.

Gerundia. Ya vez Periclito, yo te dije que el cholo iba a conseguir un buen partido.

Pericles. Así es, Gerundita, hay que reconocer que tienes buen ojo y nunca te equivocas.

Ño Shilve. ¡Bueno, bueno, ya hemos comido, ahora que empiece la fiesta y que bailen los novios!

Bonifacio. (Empieza a cantar ya borracho, en inmejorable dúo con Nativo) Todos mean… todos mean…. Todos me andan diciendo… que tú meas… que tú meas…. que tú me has olvidado…

Ño Shilve. Bueno, ya quítense a un lado que vamos a bailar…

(Bailan todos, iniciándose la celebración que se extenderá hasta casi la madrugada; antes, las mamás se irán llevando a descansar a los más pequeños, mientras los demás siguen celebrando).


VIII

LA CUDA

(Se abre el telón y se les ve a los festejantes vencidos por el baile, el trago y el cansancio, tirados por el piso, abrazados unos con otros, cuando ya el alba del nuevo día está por despuntar. Los novios se alegran al fin de haberse quedado solos y se sientan delante del escenario a observar lo hermoso de la luna llena)

Bonifacio. Ay Merita, digo Rebequita, lo más ya son las cinco, al fin nos dejaron solitos.

Rebeca. Sí, ya necesitaba descansar de tanto chibrinqueo.

Bonifacio. Tanto tiempo soñando contigo y con este momento… Sabes, Meraidita, digo Rebequita, yo te había aguaitau dos tiempitos nomá dende la loma, pero cuando te seguía terminabas asomándote por la quebrada.

Rebeca. Yo también te había mirau desde mi cocina, cuando pasabas por el camino siempre silbando y cantando y fastidiándolo a las otras chinas.

Bonifacio. Sí pué, como siempre tu Bonifacio; pero hoy ya podemos estar juntitos y ya puedo abrazarte y sentirte tan calientita.

Rebeca. Claro, yo también tanto tiempo soñé estar así contigo… Mira lo grande que se ve la luna y las estrellas parecieran que estuvieran más contentas.

Bonifacio. Así como las estrellas tendremos nuestros bonifacitos y nuestras meraiditas, digo nuestras rebequitas, para que nos alegren la vida hasta que estemos viejitos.

Rebeca. Sí, yo quiero una docena de guagüitas, quiero ganarle a mi mama que sólo ha tenido once, dos fallecidos.

Bonifacio. Bueno Rebequita, hay que pensar que vamos a tener que educarlos, yo pienso que sólo tengamos cuatrito nomá.

Rebeca. Qué flojo… pero bueno…, sí, sí… dos cholitos y dos chinitas…

Bonifacio. Además tú ya no vas a sufrir tanto en la chacra, ni te vas a quedar chorreando en la lluvia horas de horas viendo las güishas. Yo voy a comprar una casita en el pueblo y te voy a poner tu negocito, mientras yo busco trabajo en la carretera o en la construcción de la universidad…

(De pronto, se evidencia una conocida transmutación en Rebeca, manifestada en el acento seductor de su voz, impropio de ella).

La Cuda. (Mirándole fijamente a los ojos) Pero yo no necesito casa, tengo un enorme palacio acá en el campo.

Bonifacio. ¿Palacio…? (Bonifacio, aún inconsciente del cambio, libera su enajenación) Viéndote tan cerquita, me doy cuenta que tienes los ojos azuuuules como la laguna.

La Cuda. (Con seducción creciente) Son tus ojos llenos de amor que los ven así, Bonifacito.

Bonifacio. (En la penumbra, ahora sí advierte el siguiente cambio, pero sigue ensimismado) Rebequita… ¡bah!, tu pelo… ¡shac! se ha vuelto rubio.

La Cuda. (Acercándosele para besarlo) Es el brillo de la luna, Bonifacito.

Bonifacio. (Más embobado aún) Y tus dientes tan blanquitos que parecen perlas, cómo brillan en la noche… (empieza a reaccionar) y me parece que están creciendo.

La Cuda. Es tu imaginación, amorcito.

Bonifacio. (Tocándole la pierna, termina de repente por despertar) Y tu pierna… ¡bah! ¿por qué está tan flaca… que parece garrocha? ¿Y tu pie… (se detiene aterrado) sólo tiene tres dedos… y larguismos?

La Cuda. (Ahora con voz susurrante y suplicante) Bonicito, es un secreto, no le vayas a contar a nadie, es que cuando era niña tuve un accidente y perdí dos de mis deditos.

(Bajo el fondo, ella le muestra su pierna rematada en pata de gallina, lo que hace que él se separe bruscamente y busque un escape, trastabillando por doquier).

La Cuda. ¡Bonifacio! ¡Bonifacio!

(Se escucha la verdadera voz de la Cuda).

Bonifacio. (Buscando huída de un lado al otro del escenario) ¡Ay, mamita, de nuevo la maldiciada!

La Cuda. ¡Bonifacio, vamos a mi palacio en la laguna!

(Bonifacio, despavorido, encontrando la escalera, abandona el escenario, y escapa gritando por entre el público).

Bonifacio. ¡Amá Gerundia, amá Gerundia, amacita…! ¡La Cuda! ¡La Cuda! ¡La malahora! ¡La sabandija! ¡Otra vez me persigue!

La Cuda. (Suplicando por última vez) ¡Bonifacio, no me abandones… Bonifacio! (Muestra su rostro transformado) ¡Yo sólo quiero que seas feliz por siempre conmigo en mi palacio dorado!

(Como Bonifacio no vuelve la Cuda echa su maldición).

La Cuda. (Con voz aterradora) Yo te ofrecí la eternidad a mi lado… en un mágico mundo sin sufrimientos… pero aún así me has rechazado… pero por más que huyas… nunca escaparás de tu Meraida… ¡Volverás! ¡Volverás!

(Con maléfica carcajada, sale lentamente del escenario, cojeando y arrastrando penosamente su pata de gallina… y sólo entonces se despiertan y se levantan sobresaltados los festejantes, de la pesadumbre de la embriaguez. Se escucha finalmente el gutural canto de la Cuda, que inunda el teatro, mientras se cierra el telón y todos igualmente escapan).

La Cuda. ¡Cuda, cuda, cuda…! ¡Cuda, cuda, cuda…!


IX

EL LOQUITO


(Se abre el telón y se descubre a Bonifacio, metido en la laguna, haciendo música con una lata y unos palitos; Gerundia y Magnita Victoria le imploran en vano que vaya con ellas de vuelta a casa)

Gerundia. (Llorando desconsolada) Bonifacito, hijito, vamos a la casa, hoy te he preparau tus tortillitas con  miel que tanto te gustan…

(Bonifacio, con un gorro volteado y en harapos, sólo hace gestos enajenados).

Magnita Victoria. (Igualmente llorando con desgarro) Hermanito, Bonicito, te extraño mucho en la casa, para que me cuentes las historias que cuando eras chico te contó la abuela. También he juntado los pajuritos pa´ sancocharlos y comerlos tan rico como siempre con nuestra agüita de lanche

(A todo sólo recibe una mirada cariñosa y un intento por tocarle el rostro y continúa acomodando sus pequeños instrumentos para iniciar su música. Madre e hija se van llorando más desconsoladas. Entonces llegan del otro lado Rebeca y su hermana Dorila, esta última se aterra cuando Bonifacio se vuelve y hace con la mano un ademán de alcanzarla).

Dorila. ¡Achichín, el loco, corre que nos come!

(Haciendo alardes por el escenario se va dejando sola a Rebeca).

Rebeca. (Se sienta junto a Bonifacio para compadecerlo) Pobre mi Boni, tan bueno que era… y así terminó… loquito en esta laguna… (llora suavemente) Yo nunca dejaré de culparme por haberte dicho que me llamabai Meraida, cuando mi nombre siempre ha sido Rebeca… Cuánto me gustaría saber que me perdonas… ¡Boni…, ay, mi Boni!

(Bonifacio empieza a cantar en un tono muy alegre y despreocupado).

Bonifacio. ¡Todos me dicen loquito, todos me dicen loquito… pero yo vivo muy feliz, pero yo vivo muy feliz… en la casa de mi Meraida, en la casa de mi Meraida… gozando como una lombriz, gozando como una lombriz!

(Sigue cantando muy dichoso, mientras Rebeca se aleja lentamente de escena, apesadumbrada, al tiempo que en forma progresiva se va cerrando el telón, y en todo el ambiente se escucha el triunfal canto conocido…)

La Cuda.  ¡Cuda… cuda… cuda! ¡Cuda… cuda… cuda!


(Fin del teatro)

Chota, 28 de abril de 2011


* “El Pediche de la Cuda” es obra intelectual del Grupo de Creación Literaria “Pluma Libre”, complementario del Taller de Teatro “Don Magnito” de A.C.E.R. “Montaña”, estrenada por separado como “El pediche” y “La Cuda”, en la plazuela San Agustín de la ciudad de Trujillo, el 10 de octubre de 2010, durante el Workshop (concurso de Inventarios Turísticos de la Región Norte) organizado por la U.N.T., con la que los alumnos del V Ciclo de Turismo de dicha Universidad ganaron el Primer Puesto, gracias al apoyo imponderable de la Caravana Cultural “Montaña” de Chota. La comedia integrada fue evolucionando junto con el Grupo y el Taller, hasta tomar esta forma definitiva, con el paso de las presentaciones a lo largo de todo el 2011.

* Integrantes del Grupo de Creación Literaria “Pluma Libre”: Germán Blanco Collantes (guiones originales de “El pediche” y “La Cuda”), John Milton Antezana Sánchez (retitulación y guión adaptado de “El Pediche de la Cuda”), Juana Doris Cusma Cabanillas, Juana Nelly Vásquez Paredes, María José Moreto Muñoz, María Muñoz Acuña, Ángel Salvador Campos Delgado, Héctor Gamonal González (lluvia de ideas para guión adaptado de “El Pediche de la Cuda”).

* Magnitos participantes en esta comedia, en orden de aparición: María José Moreto (Meraida, Rebeca y la Cuda), César Sánchez Vásquez (Fidencio), Ángel Vásquez Briceño (Clementino), Atilano Edquén Guevara (Bonifacio), Milton “El Griego Chotano” (Pericles o Periclito), Nayeli Mishel Cieza Sempértegui (Magnita Victoria), Juanita Cusma Cabanillas (Gerundia), Germán Blanco Collantes (Ño Shilve), Alan Herrera Fustamante (Venshe), Danilo Sánchez Vásquez (Nativo), Juana Nelly Vásquez Paredes (Ña Lindomira), Liliana Campos Campos (Dorila); también han participado en otras presentaciones: Cinthia Núñez Gamonal (Dorila), Manuel Martín Ríos (Ño Shilve), Sindy Chávez Machuca (Dorila), Kathy Velásquez Moreno (Tiburcia), Luz Alvítez Quiroz (Teófila), Sheylla Rodríguez García (Castinalda), Héctor Gamonal González, Joel Cobeñas Ramírez, Jorge Fernández Ruiz, Leonel Rubio Mejía, Nórvil González Díaz /  Producción y asistentes: Gilberto Benavides Guevara, Jéiner Gonzales Mendoza, María Mélida Díaz Bustamante, Erick Díaz Díaz, Nuvit Briceño, Juana Ramírez / Fabricante de la pata de gallina: Juan Martín Medina Vásquez.

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