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Cuenta la leyenda que un día llegó Akunta, el último descendiente de Naymlap, desde las profundidades de la costa de Llampayec, para maravillarse en el verdor sin par de estas tierras del ancestral reino Wampu

Cuenta la leyenda que un día llegó Akunta, el último descendiente de Naymlap, desde las profundidades de la costa de Llampayec, para maravillarse en el verdor sin par de estas tierras del ancestral reino Wampu. La visión que tuvo entonces fue tan cautivante que decidió al instante quedarse para siempre en este mundo esmeralda, instaurando su reino bajo la adoración de su conquistador dios Chot. Así queda de manifiesto en el nombre de la meseta que, ahora mismo, sigue siendo el asiento de nuestra ciudad: Akunta.

Domingo 22 de abril de 2012, fecha del Tercer Aniversario de nuestra A.C.E.R. “Montaña” y ocasión para celebrarla a la manera como nos iniciamos: en caminata.


Habíamos terminado con mucho éxito el Recital Poético-Musical “Homenaje a la Tierra Montaña”, programado la noche de la víspera, recién a las 2 de la mañana, luego de haber dejado todo en orden en el auditorio del Complejo Cultural “Akunta”, que tuvimos apenas unas pocas horas para retomar fuerzas y cumplir con esta nueva aventura, a la que se unieron nuestros nuevos amigos alumnos de la novel Institución Educativa Particular  “Manuel José Becerra Silva”, animados por nuestro declamador y poeta, también “montaña”, Erick. Él, junto con sus compañeros Yaira, Ángela, Aly, Selene, Yanira, Johnson, Jean Pierre y Bryan nos acompañaron en esta oportunidad con su algarabía, su imparable risa, sus envidiables ocurrencias, sus jocosas caídas y esa fuerza y empuje indesmayables con que contagia sin reservas su emergente adolescencia.


La caminata la emprendimos a las 8 y 30 de la mañana, partiendo rumbo al este, con una primera escala en la Laguna de Cañafisto, donde terminamos de presentarnos, conocernos y aprovechamos la oportunidad para explicarles las bondades de la misma; lo que podemos leer más ampliamente en el Pronunciamiento que hiciéramos en su defensa.

El color turquesa de sus aguas, ese domingo, nos hizo quererla un poco más.


Continuando la caminata, vía San Pedro, admiramos uno de esos tradicionales balcones y puertas rurales chotanos, con sus singulares tallados.

Tomamos entonces la carretera de penetración hacia el centro poblado de Cuyumalca (cuna de las Rondas Campesinas del Perú), y luego, mediante un desvío, tomamos el camino real hacia nuestra meta en esta oportunidad: la Loma de El Suro, que sugerente se muestra llamándonos con su particular figura.

La loma de El Suro tiene esa forma ideal, justo como cuando niños dibujamos una de ellas, y estar en su cima es idílicamente apearse al cielo.

La visión que se tiene de nuestro paraíso chotano, una vez en su trono, es incomparable; las fotos pueden transmitir sólo parte de la emoción. Pero, sin duda, hay que estar allí y sentir lo que un ignoto día sintió el mítico Akunta para haberse quedado prendado al instante de tanto esplendor.

Basta con girar la mirada y podemos distinguir a todos nuestros apus tutelares: al oriente, Samangay con su suave declive; al suroriente, Chucumaca y su encantado Bosque de piedras; hacia el sur, el matriarcal Clarinorco, la enigmática pirámide de Shingueray y la fila que conduce al poético Perlamayo; al suroccidente, la bravía fila de Llangodén y tal vez el más pequeño de todos los apus -el shullca-, Piruro; al occidente, el imponente Iroz y su gemelo Leoneropampa; al noroccidente, los bellos y vitales Yaquil, Querorco y La Palma; hacia el norte, el recordado Shotorco; y hacia el nororiente, la imperturbable fila de Huayrac, con su niebla siempre poetizada, dando paso al fosilizado Cunuat.

Y nuestra ciudad, espectacular Esmeralda Andina, desde allí se siente como al alcance de las manos y se muestra como anidada en tanto verdor, al tiempo que resguardada por este singular círculo de montañas. Así, la amamos un poco más.

La emoción de los jóvenes es elocuente, que sobran las palabras; pues, ese día, estamos seguros, quedó para siempre en sus corazones y retinas. Ciertamente, la loma de El Suro es un mirador natural como pocos, pues no en vano ha sido importante centro ceremonial de nuestros ancestros, lo que podemos constatar debido a la presencia por doquier de restos de cerámica y hasta una chullpa, por desgracia, destruidos.


La llovizna nos apura a continuar y visitar pronto el captado manantial de El Suro, junto a la capilla de la comunidad del mismo nombre, la misma que se halla bajo la loma de nuestra presente aventura.

Luego, continuamos nuestra visita al otro manantial, también captado, de La Zarza, camino ya de regreso a la ciudad y en dirección a la Peña de Cañafisto, que también decidimos incluir dentro de este novedoso circuito, a petición de los jóvenes.

Nos sorprendió hallar al primero de los manantiales sin corriente de agua, pese a que la temporada de lluvia aún sigue extendiéndose. Hay que decir que estos dos manantiales son los surtidores del líquido elemento para Cuyumalca y los complementarios para nuestra ciudad, aportando sus vertientes a la planta de tratamiento de Santa Rosa, sumándose al caudal bombeado desde el Túnel Conchano.

Volviendo a la caminata, continuaron parajes de igual hermosura y unas casas de leyenda,

que nos auspiciaron el paso hasta entronizarnos en la cima y al filo de la vertiginosa Peña de Cañafisto,

donde la nube, que de pronto cubrió nuestra ciudad, le dio ese aura de deidad.

Entonces la amamos otro poco más.


El descenso es rápido y asistido por cada vez más hilarantes resbalones, que nos llevaron más aprisa a la ciudad, la misma que nos recibe, sin sentirlo, ya con el ocaso rimando embelesados haces de bucólica poesía sobre las palmeras de nuestra cuatricentenaria y heroica plaza.


Así, terminamos aquel día de amar muchísimo, muchísimo más a nuestro hogar.

 

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